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Retratos de una nueva oportunidad

Retratos de una transición

El camino de reintegrarse en la sociedad y comenzar una nueva vida después de haber estado en cárceles o prisiones en Estados Unidos es un esfuerzo complejo y difícil, pero también es posible. Lograrlo depende de varios factores, entre ellos el de reconocerse como personas. Este texto es parte del libro "Retratos de una nueva oportunidad".
17 Dic 2024 – 08:31 PM EST
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Zachary Manuz. Crédito: David Maris

El camino para recomenzar la vida en libertad después del paso por prisión siempre ha sido difícil. Lo contó Victor Hugo a finales del siglo XIX en Los miserables: el personaje principal, Jean Valjean, es perseguido durante años por haberse escapado y fallar a las reglas de la libertad condicional. El escritor se inspiró en uno de los pioneros de las prácticas modernas de criminología: Eugène-François Vidocq (1775–1857), un delincuente que después de períodos intermitentes encarcelado huyó por varios países hasta que comenzó a colaborar con la policía sa.

Casi dos siglos más tarde, la reinserción en la sociedad después de haber estado en prisión sigue siendo un reto. El encierro cambia profundamente a las personas y, al salir, hay nuevas limitaciones. Volver “a la normalidad” pasa por obtener un documento de identidad, tener seguro de salud, ser aceptado en un lugar para vivir pese a los antecedentes criminales, conseguir empleo y restablecer los lazos familiares.

Con el propósito de comprender todos los ángulos de esta realidad, iniciamos a mediados de 2019 el proyecto Segunda Oportunidad. Entrevistamos a abogados, jueces, académicos, líderes de organizaciones no gubernamentales que trabajan dentro y fuera del sistema correccional estadounidense. Escuchamos, sobre todo, las historias de personas que lograron superar los impedimentos del regreso a la libertad.

Encontrar un camino

Entre los aprendizajes de esta investigación comprendimos que las primeras 72 horas en libertad son las más duras, sobre todo si no se cuenta con familia o amigos cercanos. Las personas que salen de prisión lo hacen con poco o nada de dinero, sin comida o medicinas. Con frecuencia, no tienen a dónde ir.

Zachary Manuz, a quien entrevisté a las pocas semanas de ser liberado, me contaba que aún estaba muy adolorido por una cirugía que le hicieron tres días antes de salir y sólo había recibido 15 dólares porque era lo que le “tocaba por haber estado en prisión más de una vez”.

El apoyo de organizaciones sin fines de lucro —basadas en su mayoría en donaciones— es clave en esas primeras horas. No hay, sin embargo, suficientes ONG para asistir a las 650,000 personas que salen de prisión cada año, una cantidad similar a los habitantes de Boston.

Algunas organizaciones como The First 72+, en Louisiana, ofrecen estadía temporal; otras apoyan en procesos logísticos para obtener documentación, beneficios o el al seguro de salud, como la Fundación Primavera, en Arizona. “Muchas veces las personas son liberadas de la prisión a mediados del invierno, con sus ropas de verano, sin dinero, y son llevadas a una parada de autobús. Ellos necesitan comer y dormir. Ahí es cuando son más vulnerables”, explicaba James Vogelzang, fundador de Doing His Time en Colorado, y añadía que “si están desesperados, en esos primeros días es más probable que vuelvan a sus viejos hábitos, ya sea robo, venta de drogas o lo que sea”. Su organización cuenta con un programa de asistencia para las primeras 72 Horas en la que le ofrecen ropa y artículos de higiene personal para que “puedan sentirse humanos”, asintió su fundador.

También encontramos que la cantidad de reglas que se deben cumplir al regresar a la sociedad no son fáciles de seguir. Reunirse con personas que están en libertad condicional o supervisada, consumir drogas o no tener empleo son situaciones que pueden generar un nuevo arresto. Pero ¿cómo cumplir estas reglas cuando a veces los familiares directos están en probatoria o en libertad supervisada, se sufre de alguna adicción o no se encuentra trabajo por los antecedentes penales?

En Estados Unidos la probabilidad de desempleo para alguien que ha pasado por prisión es casi cinco veces mayor. Un informe de la Casa Blanca de abril de 2023 señala que los economistas han estimado que la falta de participación plena en el área laboral de personas anteriormente encarceladas reduce el producto nacional bruto entre 78,000 y 87,000 millones de dólares anuales (un monto que equivale al PIB de Panamá de 2023).

Entre las barreras para regresar exitosamente a la sociedad, identificamos que incluso el uso del lenguaje influye en el proceso de recuperación. ¿Cómo se llama a alguien que estuvo en prisión? Describirlo como ‘delincuente’, ‘expreso’ o ‘exconvicto’, lo etiqueta y define de manera permanente.

“El lenguaje del ‘convicto’, del ‘criminal’, de ‘felonía’, han pintado una foto como si fuéramos una gente monstruosa”, explicaba Roberto Luca, estudiante en el Río Hondo College, a la periodista Tamoa Calzadilla: “Encontrar esta narrativa distinta es una manera de regresar a nuestra dignidad y poder valorar quiénes somos”.

La reglas y reincidencia

El caso de una joven arrestada en Arizona fue uno de los que hizo que un juez decidiera iniciar una organización para influir en el proceso de reinserción. El informe de la corte indicaba que esa joven había sido abusada sexualmente a los 9 años por un tío y a los 12 por su hermanastro, y que fue ese hermanastro quien un año después la inició en el consumo de metanfetaminas.

“Lo que esta mujer necesitaba era ayuda, no un juicio”, reflexionó Charles Pyle, el juez —ahora retirado— que llevó el caso: “No podemos responder a las recaídas con prisión.

(...) Sentía que nosotros, los que teníamos toda la educación universitaria y una vida estable, sólo les estábamos dando una larga lista de cosas que hacer. Tenemos que ponerle muchas menos cargas y mucha más ayuda”. Por eso, en 2014, Pyle fundó Second Chance Tucson en Arizona, organización que ofrece apoyo en la búsqueda de empleo.

La mayoría de las personas que están cumpliendo condena en prisiones estadounidenses quedarán libres en algún momento de sus vidas, pero 7 de cada 10 volverá a ser arrestada en los siguientes cinco años después de salir, según los estudios de reincidencia publicados por la Oficina de Estadísticas de Justicia (BJS, por sus siglas en inglés). La reincidencia es definida por el Instituto Nacional de Justicia como “la recaída de una persona en una conducta delictiva”.

Con reducir la tasa de reincidencia en 10% Estados Unidos podría ahorrar 635 millones de dólares al año, según un informe de la Casa Blanca de 2023. Eso es un monto cercano a lo que costó la construcción del museo conmemorativo del 11 de Septiembre en Nueva York.

El impacto económico llama la atención, sobre todo al saber que la mayoría de las personas que regresan a las prisiones estatales fueron arrestadas por lo que llaman violaciones técnicas de la libertad supervisada, que incluye incumplimientos como fallar a las citas con el oficial de supervisión, pero que no significan cometer un nuevo delito.

Otro dato que resaltó en la investigación es que la tasa de encarcelamiento de los hispanos es más de dos veces mayor que la de los blancos. Intrigada por esta diferencia, é a Alfred Blumstein, criminólogo y profesor emérito de la Universidad Carnegie Mellon, pionero en las investigaciones sobre disparidad racial en las prisiones de Estados Unidos.

Blumstein señalaba que las estadísticas de los arrestos pueden verse distorsionadas por la presencia más frecuente de la policía en barrios más desfavorecidos, que suelen tener mayor delincuencia, pero en los que también suelen habitar las minorías. Por eso, añade, las minorías raciales y étnicas son las más vulnerables al arresto.

Al revisar los datos sobre pobreza publicados por la Oficina del Censo se confirma esta disparidad: mientras que 10.5% de los blancos vive en situación de pobreza, el porcentaje para los hispanos es de 16.9%.

Comenzar adentro

Más de la mitad de las personas que cumplen condena en prisión tienen algún tipo de abuso de sustancias (65%), pero apenas unos pocos reciben tratamiento adecuado, según datos del Instituto Nacional contra el Abuso de Drogas (NIDA, por sus siglas en inglés).

Las prisiones deberían redescubrir su misión principal, que es la corrección y no el castigo, explicaba Joel Feinman, defensor público del condado de Pima, en Arizona. Esto significa invertir más en programas de rehabilitación. Kara Gross, directora legislativa en ACLU of Florida (American Civil Liberties Union Foundation of Florida) también enfatizaba la importancia de los programas para el manejo de abuso de sustancias y la salud mental.

En el libro The Body Keeps the Score, el psiquiatra Bessel Van Der Kolk observó en numerosos estudios cómo personas con historias de abuso en la infancia eran más vulnerables de terminar en situaciones que los llevaran a prisión. El autor reflexionaba sobre el impacto positivo de ayudar a los padres durante el proceso de criar a los hijos, y mencionaba un estudio en el que enfermeras apoyaron a padres de niños en edad escolar que vivían en entornos violentos. Veinte años después, esos jóvenes estaban más saludables, con menos probabilidad de entrar a la cárcel y en empleos mejor pagados que los hijos de quienes no recibieron ayuda.

El psiquiatra luego infiere que el apoyo que el gobierno ofrece a los padres en los países escandinavos, en los que invierten más recursos en ofrecer entornos “seguros y predecibles”, mediante beneficios como permisos parentales remunerados y cuidados infantiles de calidad, parece impactar no solo el resultado académico sino las tasas de criminalidad.

La segunda oportunidad

¿Por qué es tan difícil recomenzar? ¿Qué hace falta cambiar en el sistema de justicia criminal de Estados Unidos para transformar el ciclo de reincidencia? No se trata únicamente de alejar del delito a quienes salen en libertad, sino de facilitar caminos que ofrezcan propósito y verdaderas oportunidades de éxito.

Hay muchas explicaciones para la reincidencia, pero lo fundamental es que estas personas “no tienen otras oportunidades; no encuentran un estilo de vida sostenible respetuoso dentro de la ley”, explicaba Kevin Wright, director del Centro de Soluciones Correccionales y profesor asociado de la Escuela de Criminología y Justicia Criminal de la Universidad de Arizona (ASU). Además reflexionaba que no hay una solución fácil, pues tendríamos que “cambiar las raíces de la pobreza en nuestra sociedad” y mejorar el a una educación de calidad.

El camino en libertad de varias personas entrevistadas para este libro que estuvieron encarceladas en Estados Unidos evidenció que no hay una sola ruta para el cambio y la reinserción.

El proceso pudo iniciarse con algo tan íntimo como el deseo de vivir una realidad diferente, con un programa que les demostró que son capaces de rendir académicamente, con el acercamiento a la fe, a la familia o con un grupo de apoyo que les enseñó a reconocer que ser vulnerable no te hace débil. Como decía Wright, puede comenzar con el encuentro de un sentido de propósito.

Manuel Ruiz, uno de los entrevistados, reflexionaba que su cambio comenzó en la prisión californiana de Folson, cuando entró al programa Inside Circle. Allí inició un proceso de “alfabetización emocional”: estar en o con sus sentimientos. “Nosotros [los hispanos] no nos abrimos. Ni siquiera reconocemos que hay un problema con la forma en que hacemos las cosas”.

En Zachary Manuz, su hablar interrumpido se hacía firme cuando relataba el impacto del programa de intercambio Inside-Out liderado por Wright: una clase universitaria que reúne a estudiantes de la Universidad de Arizona con personas que cumplen condena. Zach aseguraba que esa clase le permitió abordar sus viejas formas de pensar y le dio las bases para recomenzar. “Fue algo poderoso y transformador”, exclamaba. “Estábamos demostrando que no éramos animales”.

Ryan Moser asegura que definió su carrera de periodista en la prisión. Participó en más de una docena de cursos con profesores universitarios en el programa Exchange 4 Change (E4C) en Florida y comenzó a colaborar como columnista para una revista. Ahora es parte de la junta directiva de E4C. “Fue la génesis de mi carrera como escritor”, comenta. “No era solo un curso, era un estilo de vida. Teníamos que asegurarnos de que estábamos haciendo todo bien en nuestra vida para poder adquirir este conocimiento. (...) Estaba muy contento conmigo mismo, pero no sólo por la escritura, sino porque cambió mi actitud y aprendí a trabajar con los demás. (...) Mi familia estaba muy orgullosa de mí porque estaba haciendo algo adentro que iba a ayudarme en mi vida más adelante.”

Otros, como Patricia Vildosola, han encontrado en la fe una forma de aceptarse, recuperar la autoestima y estar en paz consigo mismos: “Ahora que me amo a mí misma solo quiero poner nada más que lo bueno en mi vida y demostrarme que soy digna de todas estas cosas”.

Por eso, cuando hicimos el recorrido por las vidas de los 23 retratados que se reúnen en este libro, nos enfocamos no en las acciones que definieron sus condenas, sino en las que los ayudaron a ser las personas que son hoy.

Una mirada sin barreras

El fotógrafo venezolano David Maris lleva 24 años retratando personajes públicos del mundo político, del espectáculo y deportivo. Fue editor de fotografía de Univision y actualmente trabaja en The New York Times. A diferencia de sus trabajos previos, para Retratos de una nueva oportunidad tomó una decisión que ha sido clave en el resultado. El objetivo: tener una mirada desprejuiciada del retratado.

Al momento de la sesión fotográfica, lo único que sabía Maris era que habían pasado por prisión. Desconocía los pormenores de las sentencias o las dificultades que han vivido. Usó su lente para captar lo que son hoy, sin explorar el pasado, y ofrecer una mirada sin barreras.

El resultado son retratos posados en un entorno conocido para el sujeto. Despojados de artificios, en sus miradas se perciben palabras invisibles, que se desplazan entre la fuerza y el cansancio. ¿Qué nos quieren decir?

“Tomar una fotografía es participar en la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente al recortar y congelar este momento, todas, todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo”, reflexionaba Susan Sontag en Sobre la fotografía. Con sus retratos, Maris participa de la vulnerabilidad de los personajes e inmortaliza un momento de la transformación interna de estas personas en su nueva vida.

En su conjunto, el grupo de imágenes que Maris ofrece comprende un retrato mayor: el de vidas en transición.

Ir a la página de inicio del libro Retratos de una nueva oportunidad.

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