Fue un placer chocar con usted
(Ilustraciones: Laura Mclnerney - Instagram: @itwaspluto)
Dos decisiones tomadas en el mismo instante.
Claudia, mal arreglada, con un chongo (moño) desordenado coronando su cabeza, miró el espejo retrovisor y vio el camino despejado. Decidió retroceder para salir del parqueadero en el que había estacionado para recoger a su hija de la clase de ballet.
Antonio, bien ataviado con su sastre y corbata, le pidió inesperadamente a su conductor que se detuviera en la mitad de la vía, había olvidado un documento indispensable para su reunión.
Claudia empujó con fuerza su carro contra el de Antonio, que hacía un segundo exacto no estaba ahí.
Era el segundo lunes de abril, de 2013.
El Mercedes Benz de Antonio cumplía dos meses de salir del concesionario.
La madre de Claudia recibía su primer día de quimioterapia en la clínica.
Extrañas sincronías.
“Mamá chocaste con un carro, chocaste con un carro”, chilló la pequeña sentada en la silla de atrás como si aún Claudia necesitara un poco más de drama en su día. Antonio caminó hacia su ventana y la notificó medio en broma del hecho: “oye, chocaste mi carro”, le dijo.
Ella quiso desatar toda su rabia contra él con un seco: “Ya sé”.
Se resistió a bajarse del carro. Llamó a la aseguradora y a su ex marido para que por favor se hiciera cargo de la niña mientras ella resolvía qué hacer con el carro al que le había destruido no una, sino las dos puertas.
Mientras ella contenía el llanto, Antonio, calmo y educado, se compró unas galletas, se recostó en su puerta y le ofreció probar una. Ella, claro, dijo “no” y ni le sonrió.
Cuando el ex esposo por fin llegó a recoger a la pequeña y se marcharon, Claudia y Antonio tuvieron su primera conversación real:
“¿Eres divorciada?... Yo también, ¡llevo un año felizmente divorciado!”, dijo emocionado. Ella lo miró y replicó: “yo llevó siete y no estoy nada feliz. Es más, le sugiero que se busque rápido a alguien antes de que se le endurezca el corazón”.
La aseguradora dijo que la culpa había sido de Antonio quien le había obstruido el paso a Claudia, ella, sin embargo, gestionó todo para que le pagaran el daño, al fin y al cabo a su carro no le había pasado mucho.
Con las cosas listas, ella intentó salir huyendo para la clínica. Él, que no se daba por vencido, la detuvo y le pidió su celular, “solo por si se presentaba algún inconveniente”. Claudia se lo dio a pesar de que estaba segura de que Antonio se iba a convertir en un verdadero dolor de cabeza.
Pasaron unas horas y efectivamente como ella lo intuyó, él estaba asaltando su teléfono. “Dígame”, le dijo con el mismo tono seco del principio. “No, solo quería decirle que no se preocupe tanto, que estos son solo fierros y que no tiene por qué sentirse tan mal”, dijo Antonio desconociendo que el estrellón era quizás el más pequeño de los problemas que la mujer tenía en ese momento.
Con ironía pero con algo de complacencia ella le dijo; “sabe qué…fue un gusto chocar con usted”.
Antonio siguió llamando al teléfono de Claudia un día de por medio, hasta que la excusa del choque se le acabó y entonces no tuvo más remedio que invitarla a cenar.
A los dos meses, aunque el Mercedes estaba de vuelta al ruedo, Claudia estaba sumida en una congoja. Su madre no había ganado la batalla contra el cáncer. Tenía, sin embargo, a su lado a aquel desconocido que por las casualidades del destino había chocado y que ahora era el que le ofrecía un hombro para acompañarla en la pena.
Luego, lejos de los hospitales, hablaron de casarse.

Claudia L. y su esposo Antonio han querido compartir su peculiar historia, sin embargo, han preferido mantener un poco sus nombres en el anonimato. Hoy viven en la Ciudad de México. A través de una larga y divertida llamada telefónica nos compartieron su historia.
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