Prácticas orientales: la meditación
Una práctica muy usual en el Oriente y bastante desconocida para los occidentales es la meditación. Es un proceso mediante el cual entrenamos nuestra mente o inducimos la conciencia a un determinado estado de concentración, lo que beneficia el organismo en general y nuestra propia interacción con el mundo.
Meditar es un acto puramente individual. La persona establece una relación interna consigo mismo sin la interferencia de ningún elemento externo; aunque se pueden invocar cánticos o usar objetos de la realidad exterior como punto de focalización. Es muy frecuente que se empleen velas, inciensos, aceites aromatizantes, que favorecen la relajación de la persona y la posibilidad de pasar a nuevos estados.
Las técnicas de meditación han sido clasificadas en dos categorías principales de acuerdo a su enfoque: la meditación de concentración y la de plena conciencia. La primera enfoca la respiración, un determinado objeto o un sonido, de este modo se estabiliza el ritmo del organismo; la segunda, un campo de percepción o experiencia de nuestra vida, lo que consigue que el individuo no se implique en un proceso racional de pensamiento.
Desde tiempos ancestrales, numerosas culturas han llevado a cabo esta práctica de modos muy disímiles y con finalidades específicas. A veces con un sentido religioso, como ocurría en los monasterios europeos. Otras, con un sentido más espiritual: es el caso del Budismo y sistemas filosóficos similares, en cuyas filas participaban ―y continúan haciéndolo― personas de toda procedencia, creyentes y no creyentes.
En la actualidad, es cada vez más aceptada como una vía terapéutica alternativa. Los estados de relajación profunda que se alcanzan en muchos casos permiten regular la presión sanguínea, mejorar los problemas del corazón y del sueño, controlar los episodios asmáticos, regular a pacientes con desórdenes mentales, e incluso fortalecer el sistema inmunológico.
Sin embargo, la meditación no sólo conduce a aliviar el sufrimiento físico, sino que también, desde una perspectiva psicológica, provee a sus practicantes de herramientas emocionales y mentales que conllevan a un equilibrio espiritual.
Quienes suelen realizar estas prácticas experimentan una reducción importante del estrés, un mejoramiento de su autoestima, la pérdida paulatina de miedos, depresiones e irritabilidades. Este balance puede ser muy importante para desarrollarnos como seres humanos y relacionarnos de un modo mejor con nuestros semejantes.