Esta latina luchará contra el viejo y el nuevo trumpismo cotidiano

Tenía cinco años cuando aprendí por primera vez lo que significaba la palabra “spic”: una ofensa racial contra los hispanohablantes.
Fue a principios de la década de 1990 y mis padres, inmigrantes latinoamericanos de clase trabajadora, estaban buscando salir de nuestro apretado apartamento en Hackensack, Nueva Jersey. Éramos los primeros latinos de la manzana. Les tomó años a nuestros vecinos blancos, italianos y alemanes, para que dejaran de tratar a mi familia como ratas que arruinaban el vecindario. Mi madre, una refugiada rural de Colombia, y mi padre, nacido en las calles empobrecidas del Ecuador urbano, estaban hartos de ello. Pensaron que podían comenzar de nuevo en Pennsylvania, donde escucharon que en las montañas Pocono, cerca de la frontera entre Nueva Jersey y Pennsylvania, estaban construyendo casas hermosas pero asequibles.
Estábamos esperando lo que parecían horas en la sala de recepción de la oficina del agente de bienes raíces en Pennsylvania, mientras que un tropel de familias (blancas) que había llegado después de nosotros entraba y salía de la oficina para ir a ver casas. Finalmente, mi padre preguntó qué era lo que estaba pasando.
“Yo nunca les venderé una casa aquí a unos ‘spics’ como ustedes”, le espetó en la cara a mi padre aquel rabioso agente blanco de bienes raíces.
El otro día descubrí que el 65.2% de la gente de ese condado en Pennsylvania votó por Donald Trump. Gracias a la ira racista de ese hombre, un precursor de la generación Trump, el condado de Carbón ha permanecido en gran parte “libre de ‘spics’”.
Como latina mestiza, hija de inmigrantes, activista y compasiva, voy a ser honesta: estoy asustada. Tanto por mí como por cada persona marginada en este país.
Y no me malinterprete, he estado asustada antes. El presidente Obama, también conocido como el “deportador en jefe”, desterró más inmigrantes que cualquier otro presidente de nuestra historia. Mientras mis hermanas y hermanos indígenas lucharon contra los perros de ataque y la policía antidisturbios de Standing Rock contra el oleoducto Dakota Access, Hillary Clinton se mantuvo neutral ante violaciones de los derechos humanos y la inminente devastación ambiental. Pero el monstruo al que le que temo en Estados Unidos se está intensificando bajo Trump.
Además de los mayores miedos políticos que tengo –en lo que se refiere a la salud, la inmigración, los derechos de los LGBTQ, el clima, etc.–, estoy especialmente alarmada con sus manifestaciones diarias, lo que yo llamo “ trumpismo cotidiano” o las violentas acciones de los soldados de Trump (un soporte para el nacionalismo blanco cristiano) contra cualquier persona bajo la mínima sospecha de ser “Otro”.
Hablo del hecho de que los crímenes de odio se han disparado en los días inmediatos a la elección de Trump.
Hablo del hecho de que los estudiantes blancos formaron una pared física de estudiantes para bloquear a los latinos el paso hacia sus casilleros y clases en una escuela secundaria en Dewitt, Michigan.
Hablo de las “ cartas de deportación” entregadas a estudiantes latinos y no blancos en la Escuela Secundaria Shasta en California.
Hablo de los dos niños de kindergarten –sí, kindergarten– en la escuela elemental Farnsworth, en Utah, que le dijeron a su compañero de clase latino: “Ustedes espaldas-mojadas regresen a México”.
O de los estudiantes blancos que desfilaron por los pasillos de la escuela del condado de York, en Pennsylvania, gritando “Poder blanco” mientras portaban un cartel de Trump.
O del hombre que agarró a un estudiante musulmán por su hiyab y comenzó a ahogarlo en el estacionamiento de la Universidad Estatal de San José en California.
O del hecho de que los blancos se sientan cada vez más envalentonados para usar la horrible “palabra-N” contra los afroestadounidenses en este país. Una mujer negra en Indiana fue abordada por hombres blancos en un camión, gritándole “Fuck you n*gger b*tch. Trump va a deportarte de vuelta a África”.
O del hombre asiático que fue perseguido por hombres blancos en Simi Valley, California, mientras le decían que “la América pura” estaba de regreso.
O de la mujer que estaba caminando hacia una tienda cuando fue agredida sexualmente por un hombre con un sombrero de Trump que la agarró por la entrepierna.
O de la quema de una bandera arco iris, del orgullo gay, en Rochester, Nueva York.
O del gran aumento de las llamadas a las líneas telefónicas de suicidio LGBT tras la victoria de Trump.
En otras palabras, estoy hablando de ese agente de bienes raíces en Pennsylvania que violentamente agregó la palabra “spic” a mi vocabulario de cinco años de edad.
Sí, estoy asustada, pero eso no significa que no voy a luchar. Ahora, más que nunca, necesitamos trabajar y movilizarnos contra el trumpismo cotidiano. Eso significa hablar contra estos actos horrendamente racistas, sexistas y homofóbicos que se manifiestan en nuestra vida cotidiana. Eso significa organizarse en nuestras comunidades y ser honestos sobre el tipo de protección y apoyo que necesitamos para sostenernos en las próximas semanas, meses y años. Eso significa ofrecer apoyo y solidaridad a los combatientes de primera línea, a los movimientos sociales de nuestros tiempos – Black Lives Matter, los dreamers, nuestros compañeros trans y queer– y aquellos que, por cualquier razón, no pueden unirse a nosotros abiertamente. Eso también significa ser realistas sobre el hecho de que tanto el Ku Klux Klan como la Orden Fraternal de la Policía, el sindicato policial más grande del país, respaldaron a Trump.
Necesitamos conectar los puntos. Tenemos que actuar. No tenemos otra opción. Mientras tanto, esta latina te verá en la calle.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.