Cien días de errores y fracasos de Donald Trump

Con su característica mendacidad, Donald Trump proclamó que ha tenido “una de las 13 semanas más exitosas en la historia de la presidencia”. Ha sido exactamente lo contrario. En sus primeros 100 días Trump ha fracasado en la mayoría de las iniciativas importantes que se ha propuesto, incumplido promesas de campaña y degradado la presidencia como no había hecho ningún otro gobernante norteamericano en la historia moderna. Cada semana que pasa en la Casa Blanca produce de hecho nuevos motivos para temer por la estabilidad del país y del mundo. Y el hombre que engatusó a 62 millones de votantes con una retórica populista ha gobernado como un plutócrata rodeado de millonarios que en conjunto planean dejar sin seguro médico a millones de estadounidenses, recortar temerariamente los impuestos del uno por ciento de los más acaudalados y socavar la educación pública, entre otras medidas que golpearían a la clase media y a trabajadores humildes.
Trump propuso un veto a los refugiados del mundo y viajeros de media docena de países predominantemente musulmanes. Pero las cortes federales se lo rechazaron. Esta semana un juez federal de San Francisco también le paralizó la orden de privar de fondos federales a las ciudades santuario. Fracasó, además, en el empeño de anular Obamacare y reemplazarlo con Trumpcare, un plan que habría dejado sin cobertura de salud a 24 millones. No logró que México se comprometiera a pagar el muro en la frontera, como había prometido durante la campaña. Ahora el Congreso que domina el partido por el que se postuló –sin ser republicano en realidad– rehúsa aprobarle los fondos para el muro. Y su política exterior ha consistido en enajenar con hechos y palabras a aliados importantes de Estados Unidos, como Alemania, Canadá, México y Australia y fanfarronear contra enemigos selectos, como Irán, Corea del Norte y Siria, sin trazar una auténtica estrategia para contrarrestar sus desmanes.
Las investigaciones del contubernio entre su campaña presidencial y el régimen autocrático de Vladimir Putin han lastrado y desmoralizado al gobierno de Trump. Esto en parte explica por qué no ha conseguido que el Congreso republicano le apruebe ni una sola legislación de peso. Sus principales “logros” tienen el carácter efímero de las órdenes ejecutivas, como bien ha comprobado el expresidente Obama. Muchas nos harán más vulnerables a los depredadores, como la autorización de vender tecnología avanzada a la sucesora de la KGB en Rusia y armas a personas con trastornos mentales, y extraer petróleo en costas cercanas a poblaciones, o como su propuesta de anular medidas que fiscalizan los préstamos bancarios para prevenir crisis financieras como la Gran Recesión. Trump también logró que el Senado le confirmara al juez del Supremo, Neil Gorsich. Pero solo después que los republicanos cambiaran las reglas de confirmación, algo que agravará el sectarismo político en Washington.
El hombre que engañara a sus seguidores con la promesa de “drenar el pantano” ha creado su propio pantano personal y familiar en Washington. Contraviniendo una tradición presidencial, Trump se ha negado a depositar sus negocios en un fideicomiso neutral y mantiene el derecho a sacar dinero de ellos cuando le plazca. Muchos de esos negocios son con enemigos de Estados Unidos, como China y Rusia, aunque insiste falazmente en negar sus tratos con los rusos. El mismo día en que iniciaba una cumbre con el dictador chino Xi Jinping en Mar-a-Lago, Florida, Pekin autorizó la expansión de las ventas de las carteras y zapatos de la marca Ivanka Trump a vastos mercados entre Harbin y Guangzhou. Con Ivanka y su yerno, Jared Kushner, Trump ha llevado el nepotismo al corazón de la Casa Blanca. Kushner carece de experiencia gubernamental. Pero supuestamente tiene la misión de lograr la paz entre árabes e israelies, mejorar las relaciones con México, hacer que el gobierno federal funcione como negocio y frenar la epidemia de opio.
Para apañar su vesania e ineptitud para el cargo que buscó por narcisismo, Trump miente como un bellaco sobre su pasado y su gestión presidencial. Y, como los peores caudillos tercermundistas, ataca a la prensa que lo desenmascara y descalifica a jueces y cortes, irrespetando su independencia. En el proceso socava la dignidad de la presidencia y el liderazgo de Estados unidos en el mundo y presenta retos a nuestra democracia que requieren el compromiso cívico de muchos norteamericanos que reconocen el enorme peligro que encarna.
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