Miedo en Immokalee: un día en una comunidad agrícola de EEUU llena de indocumentados
IMMOKALEE, Florida.- Aquí casi todo el mundo vive, conoce o trabaja con un inmigrante indocumentado. O sencillamente lo es.
En esta pequeña ciudad agrícola se ven muchas más bicicletas y peatones de lo común en la Florida rural. Los miles de vecinos indocumentados temen manejar el auto por si un eventual registro policial destapa su presencia clandestina en el país.
Son ellos, en buena parte, los que recogen los millones de tomates que, desde Immokalee, abastecen las tiendas y los restaurantes de todo el país la mayor parte del año. Con las nuevas políticas migratorias del gobierno de Donald Trump, el miedo estos días se nota en las palabras y también en los silencios.
6:55 am El peligroso viaje a la escuela
Marcelino, de 33 años, sale de su casa con su hijos Elmert, de 10 años, y Maydhely, de 5. “Vamos a la escuela, vamos a la escuela”, repite la pequeña antes de subirse a la furgoneta de su papá. Empieza a clarear y cacarea un gallo, como tantos en las calles de esta comunidad agrícola.
De su casa a Immokalee Community School, hay poco más de dos millas, pero se hacen largas. “En este tramo de cinco, diez minutos, uno va sudando”, dice Marcelino, las manos al volante, con un rosario blanco enroscado al costado. Al ser indocumentado y no tener licencia para manejar, un trayecto rutinario como este se convierte en un riesgo para él.
La maestra les recibe en la puerta con un afectuoso Good morning, sweetheart!. Marcelino, de nuevo en el auto, ve a decenas de jornaleros en el centro de Immokalee, sobre todo hombres, que esperan a que los contratistas los suban a autobuses para ir a los campos a recolectar tomates. Así se ganan la vida también él y su esposa.
10:30 am Traumas en las clases
Los dos hijos de Marcelino van a una escuela chárter que prioriza que sus alumnos sean hijos de trabajadores del campo. El mayor, que últimamente bajó su rendimiento en matemáticas, suma a esta hora fracciones con sus compañeros.
En la escuela sienten cómo la política migratoria se ha instalado en las clases. “Lo que viven algunos estudiantes es estrés postraumático”, dice Barbara Mainster, que fue por casi tres décadas directora ejecutiva de la organización educativa que gestiona la escuela, RCMA.
Algunos empeoraron su rendimiento académico tras una deportación o expresan en las clases el miedo que no se atreven a compartir en casa. Para Mainster, aunque muchos son ciudadanos estadounidenses, casi todos los 253 estudiantes de esta escuela bilingüe pueden verse afectados por la más dura búsqueda de indocumentados. Seguramente la mayoría no lo es, pero sí sus padres, familiares o vecinos.
“No quiero que mi mamá se marche, no quiero sentirme como esos niños que no tienen su mamá con ellos”, explica Jada, alumna de cuarto grado, que escribió recientemente un cuento sobre el miedo a la separación.
2:10 pm La radio local advierte
El locutor baja el volumen de una ranchera y dice a sus oyentes: “En estos días se ha puesto más difícil la situación. Maneje con mucha precaución”. Saluda a los restaurantes de Immokalee y recuerda que están escuchando Radio Conciencia, “la tuya”, en la 107.7.
La producen de la Coalición de Trabajadores de Immokalee y la emiten desde un pequeño estudio, con cuatro micrófonos, una computadora y dos marimbas de madera para hacer música en vivo. El condado en el que están, Collier, es uno de los que mantuvo vigente el programa 287(g), con el que los agentes locales pueden realizar funciones de oficiales de inmigración.
En la radio insisten: si manejan rápido o sin cinturón, crecen las probabilidades de que los agentes del sheriff los detegan y detecten su situación irregular en el país. “En las juntas comunitarias decimos a los trabajadores que no se metan en problemas, que se porten bien”, nos dice Guadalupe Gonzalo, una de las trabajadores de este sindicato que años atrás logró firmar unas condiciones mínimas para la recolección de tomates con gigantes como Walmart o McDonald’s.
4:30 pm Tomates sin vender
Cuando uno entra en una planta procesadora de tomates, no hay rojo por ninguna parte. Los ventiladores no evitan la humedad pesada, los tapones en las orejas de las trabajadoras no aislan del ruido persistente y los miles de tomates que entran para ser empaquetados no son rojos. Son verdes para que cuando lleguen a las tiendas de todo el país hayan madurado.
Los rojos, con poca vida por delante, se venden en el mismo Immokalee, en un mercado al aire libre más informal, con tiendas en las que suena Radio Conciencia y clientes que llenan el remolque de su pickup de hortalizas para restaurantes y tiendas de abarrotes. A Víctor se le acumulan hoy las cajas sin vender.
Nacido en Guanajuato, México, lleva 25 años en Immokalee y está más asustado y enfadado que nunca. “Va a pasar lo que pase”, dice este padre de cuatro hijos, “pero nos acabó el señor (Donald Trump)".
"Esto está lleno de eso”. Lleno de indocumentados que pueden ser deportados. Como él. Casi nunca maneja por si lo detiene un agente de la oficina del sheriff. Su hija lo lleva y lo recoge en el mercado.
5:25 pm Azteca Super Center se vacía
Van pasando furgonetas y camiones, y de ellos se bajan hombres latinos con gorra, jeans, playera oscura y botas embadurnadas de fango tras la jornada piscando tomates. Entran en el Azteca Super Center 2000, un supermercado en Main Street que se erige como el núcleo de la comunidad mexicana en Immokalee.
Algunos compran un refresco de Jarritos o unas tortillas de maíz, otros se sientan en una austera cantina donde recobran fuerzas con un humeante plato de carne de res o una ración de menudo. Antonio, que cobra a la salida, dice sentir el miedo de los vecinos al cerrar la caja. Cada vez tienen menos clientes por las noches, el momento que los inmigrantes preferían para juntarse en los bancos de la entrada y que ahora más evitan por si hubiera detenciones.
“Me imagino que es por lo de Trump”, nos dice Antonio mientras suena una ranchera. Se oye bachata en Casa Dulce, una pastelería a unas cuadras donde los productos más vendidos son las empanadas de calabaza y el pan dulce. A Erika, algunas clientas le contaron que buscan a un guardián legal para que se quede con sus niños por si ellas son deportadas.
No han bajado las ventas, pero prevé que pase: “Hay miedo en nuestro alrededor. Immokalee es así, así es nuestra comunidad. Gente trabajadora del campo”, responde Erika en inglés.
5:50 pm Reunión excepcional de madres y padres
Un padre con olor a sudor y manchas de tierra llega tarde a la reunión. Una maestra le ofrece sandwich, chips y agua, y otra le busca una silla. La directora de la escuela, ayudada por un powerpoint, está contando en español a los padres cuándo y cómo serán las pruebas estatales de matemáticas, lectura, escritura y ciencia. Luego, Miss Quintero cede la palabra a Ms Brown; tiene algo importante que decir.
La supervisora destapa su acento cubano, exhibe su gesticulación más caribeña y, como quien pela una cebolla, capa a capa llega al asunto verdadero de su charla: el creciente miedo a las deportaciones.
– Los niños se dan cuenta de ello – dice Juana Brown.
– Sí... – responden varias madres y padres.
– Ellos tienen un poquito de temor.
– Sí... – una madre asiente en silencio, otra pierde su mirada en el techo de la clase.
Les reparten fotocopias con los derechos de los indocumentados, por si conocen alguno, por si tienen un amigo… Derecho a mantenerse en silencio, a no abrir la puerta, a pedir un abogado. “No tengan miedo, pero sí es importante que estén bien informados”, insiste la maestra.
8:00 pm Cena en familia
A Marcelino y a su esposa Cecilia se les acumula el trabajo al llegar a casa: preparar la cena, ayudar en las tareas escolares y darle un baño a las niños. Hoy excepcionalmente el padre compró pollo frito en un restaurante fast food, y los niños se chupan los dedos.
Viven en una casa móvil, rodeados de decenas como la suya. Mosquiteras, aire acondicionado que gotea y lavadora en la calle. Los dos padres y los dos hijos duermen en la misma habitación, y comparten el pequeño hogar con tres hombres más, también trabajadores del campo.
La familia se fue al cuarto y Marcelino nos dice:
– Todo el tiempo le digo yo a mis hijos: tú no te preocupes mijo, échale ganas a la escuela. Yo eso le digo para que no se preocupe, pero en realidad por dentro estoy preocupado.
Las paredes son tan finas que quizás los niños ya sepan del secreto miedo de su papá.
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Esta cronología se basa en tres días diferentes de febrero en Immokalee y la mayoría de entrevistados aparecen sin apellido para proteger su identidad. Se puede ar al autor en [email protected] o por Twitter.