Oppenheimer, de Christopher Nolan: lo que debes saber del científico detrás de la bomba atómica (y de una de las películas más esperadas del año)
Oppenheimer es el título de una de las películas más esperadas del verano y es también el apellido de un científico tan brillante como polémico: el del hombre que supervisó el Proyecto Manhattan, que creó la bomba atómica.
J. Robert Oppenheimer fue un científico fundamental para el desarrollo del arma que selló el destino de la Segunda Guerra Mundial y cuya enorme capacidad destructiva definió el camino de la humanidad tras el final del conflicto más sangriento en su historia.
La cinta de Christopher Nolan, cuyo estreno en Estados Unidos está programado para este 21 de julio, está basada en la minuciosa biografía de Martin Sherwin y Kai Bird, publicada en 2005 y ganadora de un premio Pulitzer.
El libro, titulado American Prometheus: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, es –quizá– la biografía más celebrada del científico, quien, como el Prometeo de la mitología griega, trajo a la humanidad un regalo y, a la vez, una maldición.
¿Quién era J. Robert Oppenheimer?
El hombre que pasó a la historia como el “padre de la bomba atómica” nació en 1904 en Nueva York en el seno de una familia inmigrante de Hanau, Prusia, hoy Alemania.
Su interés por la ciencia fue temprano, y se graduó con honores de Harvard en 1921. Siguió sus estudios en Cambridge y en la Universidad de Göttingen. Su asesor de tesis para el doctorado fue Max Born, otro de los físicos más influyentes del siglo XX y quien acuñó la frase: “Dios juega a los dados”.
Sus biógrafos describen a Oppenheimer como un hombre alto, delgado, nervioso, que fumaba cigarrillo tras cigarrillo y que incluso se privaba de comer por días para no interrumpir su concentración.
Oppenheimer también batalló con la depresión durante toda su vida, y tenía un carácter inestable. Una vez escribió a su hermano, Frank, que “prefería la física a los amigos”.
Fue académico en la Universidad de Leiden, en Holanda, y posteriormente en la Universidad de Cambridge, donde fue invitado a dirigir el Proyecto Manhattan, un laboratorio ultrasecreto en Los Álamos, Nuevo México, que se convirtió en el lugar de nacimiento de la primera bomba atómica.
¿Qué fue el Proyecto Manhattan?
En octubre de 1941, dos meses antes de la entrada formal de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, el presidente Franklin D. Roosevelt aprobó un programa de emergencia para el desarrollo de armas nucleares y siete meses después, en mayo de 1942, Oppenheimer fue invitado al proyecto.
Oppenheimer era recordado con recelo por varios de sus contemporáneos –particularmente por su trato a su esposa, Kitty, y sus dos hijos, Peter y Toni, y sus constantes desencuentros con sus colegas. Pero muchos de ellos, entrevistados por los autores de la biografía American Prometheus, itieron que los días en que trabajaron con él fueron “los más felices de su vida”.
Su participación en el proyecto no fue en absoluto sencilla. Oppenheimer, quien mantenía simpatías por movimientos de izquierda y cuya esposa Kitty era una activa comunista, no era precisamente el científico ideal para liderar al equipo de investigadores.
El propio FBI mantuvo una investigación abierta en su contra desde 1941. Pero el director del proyecto, el general Leslie R. Groves, itió que su trabajo era demasiado importante como para expulsarlo.
Groves y Oppenheimer decidieron que para el desarrollo del Proyecto Manhattan era necesario un laboratorio en una locación remota y secreta. Y fue así que eligieron Los Álamos, del que Oppenheimer se convirtió en director.
Durante su estancia en el laboratorio militar, el científico quiso ser nombrado teniente coronel, pero falló el examen físico requerido. Los médicos del ejército consideraron que pesaba menos de 58 kg (128 libras), diagnosticaron su tos crónica como tuberculosis y señalaron su dolor constante en las articulaciones lumbosacras.
Victor Weisskopf, uno de los científicos que trabajaron bajo su mando, describía que Oppenheimer lideraba los grupos –tanto el teórico como el experimental– en el “sentido real de la palabra”. Cada avance, cada descubrimiento, cada prueba, cada ensayo era supervisado por él.
La ansiedad de los científicos, que temían que los alemanes lograran crear una bomba atómica antes que los aliados, hizo que uno propusiera envenenar comida para los soldados nazis, a lo que Oppenheimer respondió: “Creo que no deberíamos intentar un plan a menos que podamos envenenar suficientes alimentos para matar a medio millón de hombres”.
En julio de 1945, y tras varios ensayos –exitosos– de fusión de plutonio, el equipo logró la primera explosión nuclear en el desierto de Nuevo México. La prueba tenía el nombre clave de “Trinity”.
El gigantesco estallido del arma más poderosa jamás creada hasta entonces recordó a Oppenheimer unos versos del Bhagavad-Gita, texto sagrado del hinduísmo. En concreto, una frase que hiela la sangre al día de hoy. “ Ahora me he convertido en Muerte, el destructor de Mundos”.
En una entrevista en 1965, Oppenheimer recordó la escena: “Sabíamos que el mundo no sería el mismo. Algunas personas se rieron, algunas personas lloraron. La mayoría de la gente estaba en silencio. Recordé la línea de las escrituras hindúes, el Bhagavad Gita; Vishnu está tratando de persuadir al Príncipe de que debe cumplir con su deber y, para impresionarlo, adopta su forma de múltiples brazos y dice: ‘Ahora me he convertido en Muerte, el destructor de mundos’. Supongo que todos pensamos eso, de una forma u otra”.
Otro de los presentes, el científico Jeremy Bernstein, describió que Oppenheimer estaba sumamente tenso en los momentos previos al estallido, tanto que apenas conseguía respirar e incluso tuvo que recargarse en un poste para mantenerse en pie.
Pero en el momento en que se produjo la prueba, y el hongo atómico se dibujó en el horizonte, su rostro mostró alivio tras la presión que había tenido durante todos esos años.
¿Cuál fue la reacción de Oppenheimer al lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki?
El mundo conoció el horror provocado por las armas nucleares el 6 y 9 de agosto de 1945, cuando sendas bombas atómicas destruyeron todo rastro de vida en Hiroshima y Nagasaki y, con ello, pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial.
Oppenheimer recibió con entusiasmo el lanzamiento de la primera bomba e incluso se lamentó públicamente de que no hubieran logrado lanzarla sobre la Alemania nazi. Pero el de la segunda, sobre Nagasaki, cambió radicalmente su opinión pues él, al igual que otros de los científicos que participaron en el proyecto Manhattan, opinaban que no era necesario ese ataque.
El científico llegó incluso a escribir al secretario de Guerra, Harry L. Stimson, su repulsión por la bomba y le pidió la prohibición de la poderosa arma que había ayudado a crear. Incluso, en una reunión privada en octubre de 1945, le dijo al presidente Harry Truman que sentía que tenía “sangre en sus manos”. Truman, furioso, terminó la conversación en ese momento y dijo a Dean Acheson, subsecretario de Estado: “No quiero volver a ver en mi vida a ese hijo de p*ta”.
Pero lo volvió a ver. El propio Truman le entregó la medalla al mérito en 1946 por sus servicios como director del laboratorio de Los Álamos.
¿Cómo fue la vida de Oppenheimer después del lanzamiento de la bomba atómica?
El lanzamiento de las bombas atómicas sacaron a Oppenheimer del secreto extremo en el que había vivido durante la guerra y lo pusieron en las radios, las televisiones y en la portada de revistas como Life o Time.
Los reflectores no sentaron bien con el científico, conocido por su personalidad misántropa, y cuya vida personal –repleta de infidelidades y peleas con sus colegas– distaba mucho del requerido (al menos idealmente) por una figura pública.
Oppenheimer intentó hallar refugio en las aulas que lo habían cobijado durante la mayor parte de su carrera, pero pronto descubrió que ya no tenía la pasión por enseñar.
Su trayectoria giró hacia la teoría y la concientización del inconmensurable poder destructivo del arma que creó.
Oppenheimer fue uno de los científicos que más influyó en el reporte Acheson-Liliental, que sirvió como borrador para la primera propuesta para regular la fabricación de armas nucleares, que fue posteriormente vetada por la entonces Unión Soviética puesto que establecía –por petición del gobierno estadounidense y no de los científicos que asesoraron el plan– que Estados Unidos mantuviera un cierto monopolio sobre la creación de bombas atómicas.
La Unión Soviética hizo la prueba de su propia arma nuclear en 1949, antes de lo que la inteligencia estadounidense preveía, lo que aceleró los planes del gobierno de EEUU para desarrollar la bomba de hidrógeno, o H-Bomb, aún más poderosa que las conocidas hasta entonces.
Oppenheimer se opuso con firmeza a elaborar ese proyecto, pues argumentaba que no había necesidad para desarrollarla en un momento en que no había un conflicto de las magnitudes de la Segunda Guerra Mundial y que, además, la cantidad de muertes que podría provocar sería todavía más monstruosa que la de la bombas que se arrojaron sobre Japón.
En 1951, el científico colaboró en el desarrollo del Project Charles, que estableció las bases de un sistema de defensa aéreo ante un eventual ataque aéreo –lo que actualmente dirige el North American Air Aerospace Defense Command, NORAD– y en el Project East River, que buscaba crear un sistema de alerta que permitiera a Estados Unidos detectar un ataque nuclear con una hora de antelación.
Oppenheimer, también, supervisó a regañadientes el desarrollo de la H-Bomb pero su contrato no fue renovado en 1952 por decisión de Truman, alentado por sus anteriores desencuentros y la oposición de varios de los colegas del científico, que se quejaron de él ante el presidente.
¿Cómo fueron los últimos años de la vida de Oppenheimer?
Su salida de los proyectos de defensa de EEUU hizo que Oppenheimer fuera objeto de investigación del Comité de Actividades Antiestadounidenses del Congreso.
La sospecha de que Oppenheimer colaboraba en secreto con agentes soviéticos había planeado sobre el científico durante toda su carrera, pero ahora ya no era una parte irremplazable del programa nuclear estadounidense y su muy complicado carácter le había ganado enemigos que no dudaron en testificar en su contra.
Aun así, varios de sus colegas, así como figuras del gobierno y el Ejército, testificaron a su favor. Pero su comportamiento errático en sus testimonios convencieron a muchos de que era inestable y, posiblemente, un riesgo para la seguridad de EEUU.
Además, durante su audiencia, el científico no dudó en testificar sobre las actividades de izquierda de muchos de sus colegas. Si él mismo no hubiera sido defenestrado, muy probablemente habría sido recordado como alguien que “dijo nombres” para salvar su reputación como muchos otros durante la era McCarthy.
Pero el hecho de ser expulsado de su privilegiado a los programas de defensa estadounidenses, ganó a Oppenheimer una reputación de un liberal excéntrico que fue atacado injustamente por enemigos belicistas y un símbolo de la postura pacifista del gremio científico hacia las armas nucleares.
Pero en un personaje plagado de grises, en 2009 se descubrió una certeza: un estudio de The Wilson Center sobre documentos desclasificados de la KGB descubrió que Oppenheimer nunca colaboró con los soviéticos y en diciembre de 2022, hace apenas seis meses, el gobierno estadounidense le retiró simbólicamente su revocación.
Oppenheimer dedicó los últimos años de su vida a dar conferencias sobre física y sobre el derecho de los científicos a proteger el uso político y bélico de sus descubrimientos. Pese a su enorme historial de infidelidades, su esposa Kitty lo acompañó hasta el último de sus días.
Los cigarrillos que fumaba sin parar finalmente le cobraron cuota. Murió de cáncer de garganta en 1967 cuando tenía 62 años. Fue cremado y sus cenizas fueron esparcidas por su viuda sobre el mar Caribe desde St. John, en las Islas Vírgenes.
Aun en medio de la enorme complejidad de su vida y legado, una de sus frases sirve como aforismo de su formidable y monstruosa creación: “Los físicos han conocido el pecado, y ese es un conocimiento que no pueden perder”.
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