En Chicago, todos pagan el precio de la segregación

Si recorres la Línea Roja del metro de Chicago completa, en tu viaje notarás las formas más impactantes de segregación racial del área metropolitana, reflejadas en las cambiantes características demográficas de los pasajeros. La primera parada será en Rogers Park, que es relativamente diversa en sí misma, pero conecta con los barrios periféricos de mayoría blanca y rica de Skokie y Evanston. Luego, el tren se interna en el distrito de negocios del centro, pasa por Chinatown y culmina en la calle 95, en un extremo del barrio Chattam, donde predominan las personas de color.
Pero, ¿qué tal si Chicago no fuera la “ ciudad más segregada de Estados Unidos”? ¿ Qué pasaría si la discriminación en la Ciudad de los Vientos se redujera al nivel promedio de las cien regiones metropolitanas más pobladas de Estados Unidos? En ese caso, no serían los afroestadounidenses o los latinos los únicos que se beneficiarían. De acuerdo con un nuevo estudio realizado por el Instituto Urbano y la Comisión de Planificación Metropolitana, la región completa quedaría en circunstancias mucho más favorables.
Sus autores Rolf Pendall, Gregory Acs, Mark Treskon, y Amy Khare sacaron las cuentas que atañen a Chicago:
- El ingreso per cápita de los afroestadounidenses en la zona de viaje (que en gran medida se corresponde con el metro) se incrementaría en 12.4%. Esto se traduce en 2,445 dólares más en los bolsillos de cada residente de color de Chicago al año.
- El rendimiento escolar aumentaría tanto para los residentes blancos como los de raza negra. Cerca de 83,000 adultos más se graduarían de la universidad, un 78% de los cuales serían blancos.
- La tasa de homicidios disminuiría en un 30% si se la comparara con su nivel de 2010. Eso quiere decir que, en 2016, Chicago habría experimentado 229 asesinatos menos.
Estos resultados son válidos para las cien zonas que constituyeron la muestra del estudio. De manera general, la discriminación por ingresos y raza tiende a solaparse, y los residentes de raza negra del área reciben el mayor impacto económico. Pero cabe señalar que, en las ciudades más divididas y desiguales, es toda el área metropolitana la que paga el precio. La segregación racial, en particular, está ligada a más bajos niveles escolares y tiende a elevar el índice criminal.
Es oportuno recordar que la discriminación no fue creada por accidente: han sido décadas de políticas discriminatorias y violencia, con todos los efectos que ello comporta y algunas de esas políticas todavía persisten. Como resultado, generaciones enteras de gente de color –especialmente poblaciones de latinos y negros– se eternizan en vecindarios sin oportunidades.
“En parte, la lógica propia del mercado crea desigualdad. La riqueza de aquellos en los más altos estratos no beneficia necesariamente a la gente trabajadora durante periodos de expansión económica”, escribieron los autores del reporte. “Además, las políticas gubernamentales tienden a favorecer a esta misma gente rica, entre los que se cuentan los propietarios de casas, quienes, por dar un ejemplo, reciben más generosos impuestos fiscales. Incluso las políticas basadas en los ingresos y encaminadas a incrementar la inversión en ciudades y barrios no han reducido la pobreza concentrada en los barrios minoritarios. Por último, los lugares de mayoría blanca y rica suelen permanecer como focos de discriminación, debido a políticas excluyentes que obstaculizan las opciones de movilidad económica, tales como poner coto a la renta de las viviendas multifamiliares. Estos patrones discriminatorios dificultan la posibilidad de lograr metrópolis más incluyentes”.
La historia de la latente segregación de Chicago es particularmente instructiva. Debido a políticas discriminatorias, mal diseño y a una total negligencia, las torres de viviendas públicas de gran altura, construidas por el alcalde Richard J. Daley, devinieron con rapidez lugares inhabitables.
Entre los más notorios, estaban los proyectos Cabrini-Green y las conocidas como Robert Taylor Homes. En los noventas, cuando fueron demolidos, el objetivo era reemplazarlos con comunidades de ingresos mixtos. Sin embargo, de los 16,000 residentes desplazados a raíz de la demolición, apenas un 8% de los residentes originales terminaron viviendo en estas comunidades, según reporta Natalie Moore, de la WBEZ.
El resto de los habitantes fueron desalojados, permanecieron en viviendas públicas o acabaron con vales de casas, a menudo en peores barrios (aquellos que pudieron mudarse a mejores barrios mejoraron también en los demás aspectos). En general, el plan de redesarrollo tuvo de todo.
“El hecho de que ningún chico esté creciendo en un lugar tan malo como lo fue Robert Taylor Homes cuando entré por primera vez en él, constituye una verdadera e importante victoria”, escribió la investigadora del Instituto Urbano Susan Popkin, en una columna de opinión para CityLab. “Pero fue solo una victoria parcial. La mayoría de las familias que salieron de allí aún viven en lugares incluso más pobres, más marcados por la discriminación racial, y más violentos que el resto de la ciudad. Tales sitios no cambiarán, esencialmente, las trayectorias de las vidas de esos niños”.
Y la historia no es exclusiva de Chicago: cada comunidad en Estados Unidos puede ganar si se invierte en viviendas más asequibles en vecindarios seguros, en los cuales poder acceder no solo a buenas escuelas, sino también a un aire y un agua limpios. Pero, como pone de manifiesto este informe del Instituto Urbano, las necesidades de Chicago deben estar entre las más urgentes del país.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.