Poeta, donjuán, monje budista: Las tantas mutaciones de Leonard Cohen

Por Julio Llerena @untalllerena
“Si uno debe expresar la gran derrota inevitable que a todos nos espera, debe hacerlo dentro de los estrictos confines de la dignidad y la belleza”. Eso dijo Leonard Cohen una vez, tratando de explicar los extraños caminos por donde anduvo hasta el jueves pasado, cuando se nos anunció la noticia de su muerte.
El problema es que esos confines de los que hablaba parecían infinitos. El escritor canadiense de voz profunda y andar pausado no sabía en realidad estarse quieto. Fue poeta y novelista antes de hacerse músico, fue un viajero que se retiró de muchacho a la isla de Hidra a escribir y regresó sin dinero pero con el ímpetu de un trovador de voz susurrante y melancólica, que muchos tomaron como una risueña carencia.
Lo cierto es que se hizo músico, pero era un caso raro: Cohen no era “letrista” sino que escribía poemas primero y después buscaba la forma de cantarlos. En plena efervescencia sesentera, se mostraba como un tipo que no quería ser Dylan ni Lennon ni McCartney, sino Byron, Shelley y García Lorca, esos poetas románticos y heroicos a quienes Cohen emulaba incluso en su curiosa costumbre de siempre andar de traje, jamás en jeans.
Su amor por Lorca era particularmente fervoroso. Baste decir que le puso Lorca a su hija y siempre he querido pensar que tocaba con guitarra española como celebrando al maestro.
Su fanbase nunca fue legión. Se le comparaba con Bob Dylan, es cierto, pero sus primeros tres discos fueron tan oscuros que se corrió la broma de que la disquera debía editarlos con una Gillette dentro. Cohen parecía un hombre profundamente triste. Pero, de nuevo, tampoco era eso. Varias veces dijo que escribía poesía para conquistar muchachas y que la técnica —que en estos tiempos de sexting tal vez no sirva para nada— le funcionó a él de maravillas.
En Latinoamérica se sintió poco su influencia, que acaso puede notarse mejor en la trova y ciertos casos aislados. Pero sus pocos fans tenían el ímpetu de los conversos. Conocí a varios en mis años universitarios en Lima y me hablaban de Cohen, cassette en mano, como si quisieran evangelizarme. Tengo que itir que se me hizo insoportable escucharlo al principio. Hasta que un día —ya vivía yo en los Estados Unidos— un viejo amigo me escribió (por Hotmail) diciendo que la canción de Cohen 'Famous Blue Raincoat' le había hecho acordarse de mí. La escuché y finalmente entendí todo…
O eso creía, porque sus primeros y oscuros trabajos dieron paso luego a álbumes donde los sintetizadores del pop brillaban sin miedo. Various Positions y I’m Your Man son discos distintos, de un hombre que, al revés de como suele pasar, se animaba a probar cosas nuevas con los años.
Entendí que Cohen sabía reírse con una elegancia contagiosa. Cuentan que una vez se hizo pasar por Dustin Hoffman hasta que lo pescaron y se metió en menudo lío por eso. Puedo imaginarme lo bien que la debió estar pasando. Y en su canción 'Tower of Song', dice (perdonen la traducción): “Yo nací así, no tuve alternativa, nací con el don de una voz de oro”. Era claramente su forma de burlarse de sí mismo. Quienes lo iramos sabemos que su voz no era de oro, sino un delicioso gusto adquirido y que con los años sus susurros se hacían cada vez más cavernosos, como la reencarnación musical de Vincent Price.
Y cuando ya parecía que este Cohen elegante, discretamente pop, orquestal y tercamente poético era el definitivo, el maestro decidió recluirse cinco años en un monasterio zen a mediados de los noventa. Se rapó la cabeza, se vistió de túnica y reapareció, quisiera pensar, cuando sintió que estaba por fin en paz con sus demonios. Pero la verdad es mucho menos sublime. Su mánager le había robado tanto dinero que Cohen debió abandonar el reclusorio para hacer tours y recuperar algo para su retiro. Paradojas de la vida: Cohen, el monje, no soportó las presiones del mundo material.
Lo cierto es que ahora clásicos de Cohen como 'Hallellujah' y 'Suzanne' están entre las canciones con más covers en el mundo y su fanbase no deja de crecer. En sus últimos años produjo varios discos más y el último, You Want It Darker, lanzado solo tres semanas antes de su muerte, parecía una amable despedida. Cohen obró su última mutación: nosotros que pensábamos que hombres así duran para siempre y él que se iba, pero dejando ese pequeño dominio de dignidad y belleza donde vivió hasta el final de sus días.
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