Lo que Río 2016 puede enseñarnos para frenar el ciclo de abuso
Las Olimpiadas son un espectáculo de calidad impresionante, un compendio de los talentos humanos que no tenemos la oportunidad de ver todos los días, ni todos los años. Me pego a la pantalla y me voy solo cuando me lo obliga el trabajo, las urgencias biológicas o la incontrolable necesidad de hacer ejercicio, inspirada por lo que veo de los atletas. Así he pasado bastante tiempo las últimas semanas de agosto.
Pero este año, más allá de asombrarme de las hazañas casi inconcebibles de las gimnastas, maravillarme de las cantidades récords de medallas de algunos nadadores, o de descubrir deportes que no conocía (trampolín, por ejemplo), me he puesto a ver los Juegos Olímpicos de Río 2016 con los ojos de directora del proyecto No Más en Ecuador, que busca reducir la violencia doméstica y el abuso sexual tan prevalentes en mi querido país adoptivo.
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¿Qué será lo que tienen ellos para superar todo en la vida en pos de lograr su meta? Esta es la pregunta que me hago cada vez que oigo una de las historias desgarradoras de los atletas… esas historias que nos hacen llorar más de una vez por día, aún cuando normalmente nos cuesta ceder una lágrima. Me la hago porque cada vez que hablo del problema de la violencia me doy cuenta que se basa en paradigmas culturales, en hábitos y costumbres aprendidos que sinceramente creo que los seres humanos podemos cambiar si tan solo nos animamos a hacerlo y recibimos la guía y el apoyo necesarios.
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Por esto me permito analizar –con todo respeto para estos maravillosos seres humanos que han dado lo mejor de sí para llegar a tener esas apreciadas medallas– a las actitudes comunes de los atletas más exitosos del mundo. Estoy convencida de que los aprendizajes que llegarán de este análisis nos servirán también para crecer como personas y así frenar el abuso.
La importancia de tener una gran meta
Una meta. Algunos lo llamarán un propósito, un sueño. No importa el nombre que demos al concepto. Lo que sí importa es entender que nuestra vida tiene un valor más allá del simple diario vivir, aún cuando este no sea simple. Hay personas que dependen de nosotros. Pero más allá de eso, nosotras tenemos que realizarnos.
Cada una tenemos un don que podemos poner al servicio de nuestra creatividad y felicidad, de nuestra familia, de nuestra comunidad o nación. ¿Cuál es la tuya? Si tenemos un norte bien definido, todo el universo conspirará para lograr que se haga realidad.
Si no sabemos hacia dónde vamos, si no nos conocemos, es mucho más probable que permitamos que otros roben nuestras energías, desprecien nuestras ideas o corten nuestro crecimiento. Tenemos que cuidar del cuidador.
El valor de una comunidad de apoyo
Pasa una y otra vez. Se acerca el reportero al atleta y le pregunta por su medalla, y con la humildad propia de los que han llegado a la cima en su área de experticia, atribuyen el éxito en conseguir la medalla no solo a su propio esfuerzo – o peor aún a un don sin disciplina – sino a todo un equipo de personas que los han apoyado. Muchas veces este equipo es su familia: padres, madres, esposos, esposas, hijos. Otras veces se oye mencionar al entrenador.
Pero lo importante es notar que ninguno de ellos llegó solo a cumplir su sueño. Todos necesitamos una comunidad de apoyo que nos celebre nuestros triunfos, nos acompañe en las derrotas, y nos guíe hacia el éxito en el sentido más completo de la palabra.
El poder del espíritu humano
No hay nada que no podamos lograr si tan solo nos aplicamos a ello. Con esta actitud los ganadores de las Olimpiadas enfrentan no solo sus entrenamientos agotadores sino también sus problemas en la vida. ¿Cuántos atletas tuvieron que superar problemas de abuso de sustancias?
¿Cuántos se vieron obligados a separarse de sus familias para poder entrenar al nivel más alto de su deporte? ¿Cuántos niños dejaron de lado la adolescencia típica de fiestas y paseos con amigos para llegar a Río de Janeiro? Y ¿cuántos tuvieron que sobreponerse en situaciones difíciles, si no imposibles, de pobreza, dolor y ciclos permanentes de violencia tan solo para sobrevivir su niñez? Nada que ilustre esto mejor que el primer equipo olímpico independiente conformado por refugiados de varios países.
Después de todo lo vivido, allí están, brillando con luz propia y con los destellos de las luces de las cámaras, sonriendo mientras marcan su lugar en la historia. ¡Gran ejemplo de tenacidad, lucha y entrega!
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La búsqueda social de la comprensión en medio de las diferencias
No es que hayan faltado los roces entre ciertas delegaciones, ni tampoco los escándalos o las protestas políticas, pero debemos reconocer que una de las metas tradicionales de las Olimpiadas ha sido la de promover el entendimiento de culturas muy distintas a través del deporte. En la época de la Guerra Fría, en la de las protestas por los derechos civiles en los años 60, las luchas por poder eran legendarias en todos los ámbitos, y se manifestaban también en los juegos. Este año también hemos visto incidentes diplomáticos –un judoca egipcio que se niega a saludar a su contrincante– y expresiones simbólicas de crítica que hasta podrían hacer peligrar la vida de los protagonistas, como fue el caso del atleta etíope protestando por brutales redadas de la policía en su país de origen.
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Pero también hemos visto a atletas que sin duda provienen de mundos distintos, con diferentes conceptos religiosos y sociales, y que sin embargo logran tratarse con respeto; en este caso, pienso claramente en la deportista egipcia cubierta casi hasta la nariz en una mano a mano en la cancha de voleibol de playa al frente de su oponente, una atleta alemana vestida de diminuto bikini, en una de esas fotos que inmediatamente se tornó no solo viral sino también inmortal. O las dos gimnastas coreanas, una del norte y otra del sur, que no permitieron que décadas de discordia política arruine su compañerismo y su momento “selfie”.
La auto-estima femenina en alto
Hubo una temática transversal en estos juegos que me llamó mucho la atención: un resurgimiento de temas de reposicionamiento femenino, una batalla con rumbo más personal, en donde las mujeres han buscado valerse por su fuerza y talento y ser reconocidas como atletas antes que como maniquíes. En estos juegos, han reclamado su derecho de ser madres –¡y hasta de dar de lactar en medio de una competencia!– reflejando a nivel olímpico las inquietudes y los reclamos que estamos viendo en muchos países del mundo y en las redes.
Una atleta tunicina, una de las muchas musulmanas triunfadoras en los juegos, dedicó su presea a las mujeres de su país de origen y a todas las mujeres árabes, diciendo que “deben creer que las mujeres existen y tienen su lugar en la sociedad.” Varias atletas estadounidenses –y sus seguidores– que hicieron protestas por Twitter sobre los comentarios sexistas de los presentadores de televisión que quitaron valor a los logros de estas súper estrellas del deporte, atribuyendo su éxito netamente a entrenadores masculinos o hablando solamente de su apariencia en vez de sus habilidades. Esta búsqueda de respeto a todo nivel es un claro ejemplo del valor del deporte para empoderarnos y dejar atrás las barreras sociales que a veces nos frenan aún cuando sabemos por dónde va nuestro camino real.
La gloria de la individualidad
¿Cuántas veces nos hemos comparado a otra persona y nos hemos visto inferiores? ¿Cuántas veces intentamos cumplir con algún estándar imposible de belleza o de logro que nos impone nuestra sociedad? Las Olimpiadas son la máxima expresión de la competencia, eso sí, pero en el fondo, el competidor no es el otro sino uno mismo.Los atletas nos muestran que todos los días entrenan para mejorar su propio rendimiento. Obviamente el hecho de tener que correr, nadar o saltar al lado de otros monstruos del deporte provoca nuestro sentido innato de competitividad, pero en el fondo, lo que hacen los juegos es sacar lo mejor que cada uno de los atletas tiene adentro. Salen a la cancha, a la piscina, al coliseo con el afán de mostrar lo mejor de sí, igual que nosotras lo podemos hacer todos los días para cambiar nuestras vidas para bien.
¡Que la llama olímpica nos empodere a todos! A la larga, los atletas nos dejan con lecciones muy valiosas para nuestra vida y nos muestran un camino claro como sociedad para frenar el abuso, empezando desde el empoderamiento individual. Tengamos un propósito en la vida. Rodeémonos de las personas que nos valoran, que nos aprecian, que nos apoyan. Busquemos la resiliencia: todos tenemos que enfrentar problemas en nuestras vidas pero siempre hay una solución. Valorémonos como mujeres e insistamos que otros también lo hagan, y a la vez respetemos profundamente al hombre y reconozcamos sus contribuciones.
No hay contradicción en estas dos actitudes. Y finalmente, saquemos a relucir lo mejor de cada una de nosotras. Recuerda que nunca habrá otra como tú. Creamos firmemente en nuestro propio poder. Personalmente, tomo fuerza y lección de la frase de la gran gimnasta norteamericana Simone Biles en donde habla de lo que será su legado: “No soy el próximo Usain Bolt o Michael Phelps. Soy la primera Simone Biles.” ¡Adelante luchadoras!