Entrevista a Fernando Parrado: las cordilleras de su vida nunca le quitaron las ganas de «ir para adelante»
Un 13 de octubre de hace 45 años -en 1972- un avión que se dirigía a Santiago de Chile con 40 pasajeros, la mayoría de ellos pertenecientes al equipo de rugby Old Christians de Uruguay, chocó en la Cordillera de los Andes. Diez días después del accidente, se abandonó la búsqueda. Solo los familiares tenían esperanza de encontrarlos. Los expertos creían imposible que alguien sobreviviera al choque y mucho menos a las condiciones climáticas de la cordillera.
Mucho se habló de estos 16 sobrevivientes: que fueron un caso excepcional, que lo que les sucedió fue un milagro e incluso que se convirtieron en «caníbales». Pero en cada uno hay diferentes historias. Cada uno vivió esos 72 días de diferente manera: cada uno superó esa enorme cordillera a su manera.
Fernando Parrado fue, junto a Roberto Canessa, quien decidió «morir» intentando salvar su vida. No quería esperar, y si se moría lo iba a hacer caminando, buscando la salida a ese paisaje tan hermoso pero lo suficientemente abrumador como para quitarle la respiración -y la vida- a una persona.
Lo logró. Él y Canessa lograron lo que nadie esperaba y lo que nunca nadie podrá hacer: caminar 80 km en la nieve, en las montañas, sin fuerzas, habiendo perdido más de 40 kilos y sin comida.
¿Cómo es su vida ahora? ¿Cómo fueron esos 72 días en la montaña? Parrado nos contó cada de sus sentimientos y, sobre todo, nos transmitió la alegría de vivir y de ir para adelante pase lo que pase.
Vivir el presente
«Tengo una sola cosa de los Andes en mi oficina»: así comenzó la charla con Parrado. «Una fotografía en el fuselaje junto a mi familia. Es lo único que me interesa en la vida: mis dos hijas y mi mujer. Se acabaron los Andes. Fue hace más de 40 años». Él ya no mira al pasado. De hecho nunca lo miró. Los Andes pasaron, dejaron su huella, pero su vida continuó.
Está convencido de que se salvó por suerte. «Sobrevivimos todos por suerte. ¿Por qué vivimos luego del alud y otros no? ¿Te piensas que los otros no querían sobrevivir? Tuvimos mucha suerte todos. La gente dice que tuvimos coraje. Pero, no, yo quería vomitar todos los días del miedo. No podía más».
Lamentablemente, no todos corrieron con esa «suerte». Solo 16 sobrevivieron. Su madre, su hermana y sus tres mejores amigos murieron en el accidente. Incluso, él estuvo a punto de no superar esa prueba de suerte. Estuvo tres días desmayado por un golpe que le causó una tremenda herida en su cabeza.
«Sentí que me despertaba y que estaba en un lugar donde no quería estar, nada más». Controlar sus emociones no fue un problema: «Estás ahí y haces lo que tenés que hacer. Hay un solo camino y lo tienes que tomar. Se murieron. Ya están muertas. Solo puedes enterrarlas en el hielo y luego te metes dentro del fuselaje». Si algo le demostró su vida es que no hay tiempo de estar mal. «Soy el rey del pragmatismo. Eso fue lo que me salvó la vida y la vida de los demás. "Vamos a rezar", decían. No, eso no nos va a salvar».
Pasaron 10 días de búsqueda y a través de una radio que lograron rehacer escucharon que las expediciones habían terminado. «Me aterroricé. Me iba a morir. "Me voy a morir acá", dije… "Pero todavía no estoy muerto"». Quizá fue esa noticia la que lo motivó a decidirse: «Si yo no salgo de acá, nadie nos va a venir a buscar». A partir de ese instante intentó recargar energías, no gastarlas para, finalmente, encontrar el camino que lo llevara de vuelta a su hogar, o a la muerte.
«Lento, lento, muy lento»: así eran los días en la montaña. «Estás ahí y el tiempo pasa muy lento. Piensas, piensas. Yo trataba de ahorrar energía».
El alimento en la cordillera: lo que los hizo conocidos
Mucho se ha dicho sobre los sobrevivientes de los Andes y su decisión de alimentarse con los cuerpos de los que, lamentablemente, habían fallecido. «No había otra opción. E l hambre es el miedo más primitivo del ser humano. Pero es un miedo que ninguno de ustedes va a experimentar. Mi cerebro supo que nunca más iba a comer de vuelta, pero es irreproducible para las demás personas. Somos los mayores expertos del mundo en este tema. Te aseguro que todos esos que tienen controversia, estando allí hubieran hecho lo mismo. Hay una soberbia de la ignorancia. Pero todos hubieran hecho lo mismo».
Uno para todos y todos para uno
En ese avión la mayoría se conocían. Ya eran un grupo antes de viajar. Y en la montaña no hicieron más que fortalecerse. «Si hubiera sido un avión comercial, hubiera sido muy difícil. Desde la primera noche tuvimos que trabajar en conjunto», expresó Parrado. «Se creó un vínculo afectivo mucho más fuerte y eso era fundamental».
A pesar de ser un grupo, varios de los sobrevivientes lo llamaron «el líder». «Visto desde afuera todo cambia. Yo no me quería morir», manifestó y agregó: «La situación no era infinita. No te podías quedar cinco años. En algún momento nos íbamos a morir uno por uno. Y yo a ese nivel no quería llegar. Me iba a morir, pero lo iba a hacer intentando. Se querían morir esperando...».
Finalmente, luego de pensar, pensar y guardar energías tomó la decisión de irse del fuselaje y encontrar su salvación. Para eso le pidió ayuda a Canessa: «Somos muy diferentes pero somos muy amigos. Somos el yin y el yang. A mí, en una situación difícil, siempre dame a Roberto». Y siendo tan opuestos lograron salvarse y salvar a los demás. «Roberto fue como un embrague para mí. Solo me hubiera quemado, me hubiera muerto. Él me bajaba las revoluciones. Hicimos un buen equipo».
La larga caminata que les salvó la vida
Junto a Canessa subieron una gigantesca montaña y del otro lado solo vieron nieve. Todo blanco. El paisaje no cambiaba. «Macho, estamos muertos. La quedamos, Roberto, la quedamos», le dijo a su compañero. «Pero todavía no estamos muertos, todavía respiro así que sigo vivo. Vamos para adelante. ¡Yo para atrás no vuelvo! Le dimos más que cualquier ser humano podría imaginar».
Dejaron atrás la nieve luego de 10 días de caminata y se encontraron con un arriero. Al otro día llegaron los helicópteros. «Es imposible que hayan caminado 80 km. Deben estar más hacia acá», les dijeron cuando en el mapa indicaban donde estaban sus compañeros. «Nunca los vamos a encontrar. Uno de ustedes tiene que venir con nosotros», les dijeron. Pero Roberto Canessa ya no tenía fuerzas, así que fue Nando quien decidió tomarse el helicóptero. «Pensé que me iba a morir en ese vuelo», tan dramático fue que hasta el piloto, que había hecho 7500 horas en el helicóptero, lo abrazó y le dijo «este fue el peor vuelo de mi vida».
Reencontrarse con los seres queridos
En Montevideo, Uruguay, rápidamente se difundió la noticia: hay dos sobrevivientes de la tragedia de los Andes y están rescatando a otros 14 sobrevivientes. Cuando el padre de Fernando escuchó la noticia se tomó el primer vuelo a Santiago.
«Mi “viejo” sabía que había 14 vivos pero no sabía si mi madre o mi hermana estaban vivas. Yo no había dado los nombres de los otros 14 porque no sabía quién estaba vivo. Capaz mando los nombres de lo que sobrevivieron y al final hay 12. Entonces los mato dos veces» contó. Una hora después de ser internado en el Hospital de San Fernando, llegó su padre. «Me abrazó y me dijo "¿Mamá está viva? ¿Y Susi -su hermana-?». «Le dije que no, fui yo quien le comunicó la noticia».
Perderlo todo, y aún así amar la vida
Fernando o «Nando», como lo suelen llamar, perdió muchas cosas en el accidente. Pero eso no le impidió seguir amando la vida. «Perdí a mi madre, a mi hermana, a mis mejores amigos, me fracturé la cabeza, lideré las expediciones, me crucé los Andes a pie. Cargué con Canessa, vino el helicóptero, volví al fuselaje, los llevé al hospital, volví a Montevideo y mi tragedia no se terminó. Vuelvo a mi casa y mi padre, loco porque había perdido a toda su familia, estaba viviendo con otra mujer en mi casa». « Tuve que atravesar muchas cordilleras, pero aún así no tengo tiempo de mirar para atrás», concluyó.
«Yo quería volver en tren o en ómnibus. Tenía miedo y mi padre me dijo que no pasaba nada. Creo que me dieron una pastilla para que viajara tranquilo». El día después de volver del hospital se fue a Punta del Este, el balneario más conocido de Uruguay.
Volver al fuselaje
Nando volvió 11 veces al lugar del accidente. 10 junto a su padre. «¿Cuánta gente va a los cementerios ponerle flores a sus seres queridos? La de mi madre y mi hermana queda un poco más lejos», expresó con una sonrisa. Antes de fallecer su padre le dijo que quería que lo cremaran y lo entierren en la cordillera, junto a sus seres queridos. «Mira la tumba que voy a tener, ni los faraones tenían una tumba así», le decía su padre.
En 2006 fue la última vez que volvió al fuselaje. Sus hijas le pidieron: «Papá queremos ir ahí porque nosotras nacimos en la cordillera. Si tú no hubieras hecho lo que hiciste, nosotras no estaríamos vivas. Queremos poner flores en la tumba de tu madre, de tu hermana y de tus amigos».
Nunca más volvió, pero recomienda que vayan: «La gente vuelve cambiada, para mejor. Es hermoso. Pero cuando yo estuve era horrible, era el infierno. Es muy agresivo muy grande, muy alto, muy… No es un lugar para estar, pero es tan magnífico, tan enorme, tan grande que te abruma y te hace sentir vivo».
La entrevista finalizó con la frase más hermosa que una persona puede escuchar. Hay quienes dicen que el pragmatismo no es la mejor manera de vivir, pero a Parrado eso le salvó la vida: «Soy simple, nunca tuve problemas para dormir. Yo me autoanalizo. Digo: "Si yo pude vencer eso, nunca me voy a enfrentar a una cosa como esa de nuevo, me muero". Todo lo que yo me he enfrentado en mi vida después de eso es un jueguito. Es un juego. Es tan divino estar vivo que no tengo problema. A mí se me dio la oportunidad de vivir de vuelta y voy a aprovechar esa vida. No me da el tiempo de hacer más cosas. Me gusta estar vivo».
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