Asumir el apellido del esposo: una «tradición» que parece no tener fin
Michelle Obama, Melania Trump, Jackie Kennedy, Victoria Beckham, Jenna Dewan Tatum. La lista es larga. Muchísimas mujeres cambiaron su apellido al decir sí frente al altar. Pero, ¿por que? No quiero perder mi identidad. No quiero borrar una parte de mi familia. Puedo amar a mi pareja, puedo querer casarme con él, pero no… no quiero perder mi apellido.
No obstante, esta situación sigue siendo moneda corriente en algunos países. Aunque muchas organizaciones a lo largo del mundo están manifestándose para que no sea una obligación. Las estadísticas están cambiando, así como también cambiaron las estadísticas respecto al apellido de un bebé.
Leyes que nos amparan
Si bien en Estados Unidos sigue latente la tradición de cambiar el apellido de «soltera» por el apellido de «casada», en otros países hay legislaciones que prohíben que una persona pierda su apellido al casarse.
En Quebec, una ciudad de Canadá está prohibido que una mujer tome el apellido de su pareja luego de dar el sí. Este decreto comenzó a regir en 1976. Además en Grecia se promulgó una ley para prohibir esta práctica, tradición o como se le quiera llamar. El decreto se remonta a 1983. Francia también tiene una legislación que trata el tema: ninguna persona puede usar un apellido diferente al que se le puso cuando nació. En los Países Bajos las mujeres solo pueden cambiarse el apellido al de su pareja en situaciones especiales.
En otros países como Malasia, Corea, Chile, España, Argentina y Uruguay, entre otros, si bien no hay leyes específicas, la «tradición» es la de mantener los apellidos propios y no tener que cambiarlos.
Un caso aparte: Estados Unidos
Pienso en Michelle Obama, una mujer digna de iración que, además, es activista del feminismo. Pero pienso en ella y su apellido me hace ruido. ¿Por qué siendo feminista utiliza el apellido de su esposo? En Estados Unidos sigue siendo una tradición cambiar el apellido por el del esposo. En los últimos años, solo el 30% de las mujeres que dieron el sí, optaron por quedarse con su apellido. El 70 % restante cambia su apellido y sigue una tradición bastante polémica y sin fundamento.
Estados Unidos no es el único. En 2013, el 82 % de las mujeres casadas en Australia tenían el apellido de sus esposos. Estos quizá sean los casos más emblemáticos y llamativos, pero a lo largo del mundo todavía hay muchas mujeres que se ven obligadas a cambiar su apellido.
Una cuestión de identidad
Quizá muchas personas critiquen esta postura de no aceptar el nombre de una pareja por el simple hecho de pensar que responde a una corriente feminista. Soy feminista, no lo discuto. Pero esto es más que eso, es un derecho que cualquier persona debería tener. Es mantener la identidad de lo que siempre fuimos y no tener que cambiarlo por el simple capricho de una tradición de la sociedad patriarcal.
Es feminismo, es derecho a nuestra identidad y es también amor propio.
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