Convertirme en madre me sacudió hasta los cimientos, mi perspectiva de la vida giró ciento ochenta grados. Por un lado entendí a mis padres como nunca antes había podido, pero también me volví crítica de las decisiones de crianza que ellos tomaron; encontrar mi propio estilo de crianza y mi identidad como madre fue un proceso tumultuoso que yo he bautizado como mi segunda adolescencia.
Desde que me embaracé comencé a sentir intolerancia hacia toda la gente, pero especialmente hacia mi mamá y mi esposo, así fue que me di cuenta que mis sentimientos eran muy similares a los que viví cuando tenía 14 años. Supuestamente, la tarea más importante de la adolescencia como etapa del desarrollo es lograr una identidad establecida, pero lo que la mayoría de nosotros no pensamos es que en la adultez también vivimos procesos que modifican esta identidad. Arminda Aberástury describió el llamado “Síndrome de la adolescencia normal”en el que identificó algunas necesidades que tienen los adolescentes, aquí te comparto cómo yo reviví algunas de éstas en mi recién estrenada maternidad:
– Separación progresiva de los padres: Al igual que una quinceañera, mi segunda adolescencia comenzó desde mi embarazo cuando empecé a pelearme con mis padres por cosas absurdas, ni siquiera yo entendía bien qué era lo que me hacía querer rebelarme hacia todo lo que me decían. Ahora entiendo que para poder formar mi propia familia me tenía que alejar un poco de la mía (la de origen). Especialmente en familias latinas en las que somos muy cercanos, como “muéganos” puede llegar a ser difícil encontrar los espacios para explorar la maternidad con libertad. Pero si somos conscientes de que nuestros familiares están emocionados y quieren formar parte, podremos poner los límites necesarios con empatía.
– Búsqueda del sentido de uno mismo y la identidad: Desde que terminé la universidad yo había logrado tener un estilo de vestimenta propio con el que me sentía muy cómoda, estaba segura de mi vocación profesional y creía tener una idea bastante clara sobre lo que quería para mi vida… hasta que me convertí en madre. Me di cuenta de que la maternidad no es algo que simplemente se añade a la personalidad sin modificar todo lo demás; debo itir que me sorprendí cuando ya no sabía cómo vestirme, peinarme, actuar, etc. No es que quiera ajustarme a un estereotipo que tengo sobre lo que significa ser mamá, pero es un nuevo rol que ha hecho que me cuestione todo lo que antes resultaba familiar sobre mí misma.
– Fluctuaciones constantes en el estado de ánimo: Desde las hormonas en el embarazo, a la falta de ellas cuando acaba de nacer el bebé; desde la alegría absoluta que fue contemplar a mi hijo los primeros días, a la desesperación acompañada de un llanto incontrolable cuando no supe cómo calmar a mi bebé (resultó que estaba rozado)—los cambios de humor que una sufre cuando acaba de ser madre sólo pueden ser comparados con los momentos más álgidos de la adolescencia. Puede ser muy frustrante encontrarnos en situaciones en las que literalmente no tenemos ni la más remota idea sobre cómo actuar. Como mujer adulta pensaba que podía ser lo suficientemente efectiva en todas las esferas de mi vida. Tener un hijo te da humildad de forma muy rápida, la falta de sueño no ayuda, nada más me hizo estar aún más sensible.
Todos estos son procesos necesarios. Gracias a mi segunda adolescencia, he logrado conocerme más, aceptarme con mis aciertos y desaciertos y encontrar un estilo propio de crianza en el que tomo mucho de mis padres, a quienes les sigo llamando cada vez que enfrento un reto nuevo con mi hijo; pero en el que también tomo decisiones independientes, tomando en cuenta por supuesto, todo lo que aporta mi marido a la ecuación.
¿Cómo viviste tú esta etapa? Me encantaría conocer tu historia.