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¿Por qué Juan Gabriel se volvió un ícono de una generación gay?

Con sus canciones, su performance y sus declaraciones el cantante le enseñó al mundo, y a una generación, que la música es más que su orientación sexual.
Opinión
Periodista y editor especializado en arte y cultura.
2016-08-28T21:19:14-04:00
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Nunca me interesó asistir a una presentación de Juanga; no por él, sino por cierto sector del público que, me parecía, iba con la misma actitud con que algunas personas al espectáculo popular de lucha libre… en zona VIP.

Yo, sin embargo, tuve el privilegio de ver a una drag queen vestida de Juan Gabriel en muchas ocasiones, y constatar lo que era capaz de provocar en el público (y en mí), aunque ese público fuera absolutamente consciente de que el escenario era ocupado por un imitador.


Nadie que pretenda explicar el fenómeno 'Juan Gabriel' puede ignorar la euforia del 'respetable' público cantando 'Querida' a la una y media de la mañana, como parte de un show travesti en algún bar gay de una colonia popular de México.

De preferencia en 1984, que en mi memoria es justo el año en que Juanga se cansó de aparecer como el tímido provinciano heredero de una tradición rural para transformarse en un joven urbano, vestido en suéter rojo con cuello de ojal y pantalón blanco, que daba brinquitos entre cientos de velas anunciando una evolución en su performance que explica a qué se refería al responder “lo que se ve no se pregunta”, cuando el periodista Fernando del Rincón se atrevió a preguntarle por sus preferencias sexuales.


Vista a distancia, “lo que se ve no se pregunta” me parece la frase que sintetiza mejor la manera en que asumía su sexualidad buena parte de ese público que coreaba sus canciones en los bares gay a finales del siglo pasado en México.

Si Juan Gabriel contuvo a Fernando del Rincón y lo obligó a reconocer que lo que importaba era la relevancia del personaje público, del músico, y no lo que sucedía en su cama, quienes coreaban las canciones de Juanga en esos tugurios, no pocas veces semiclandestinos, juntaban fuerzas en su desempeño laboral y su creciente poder adquisitivo para obligar a que se respetara su diversidad, su intimidad. El logro puede parecer menor hoy, pero no lo era entonces.


Escribo esto desde el quinto piso de un edificio en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Desde la calle llegan ya al menos tres canciones de Juan Gabriel, tocadas a todo volumen, como corresponde a la ocasión; en una de ellas canta “Adiós, amor, adiós mi amor, te vas… Good bye my love, good bye my love, good bye”. Yo me levanto por mi segundo caballito de tequila. Por Whatsapp un amigo me propone ir al Viena, a despedir al Divo como se debe. Habrá que hacerlo.

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