El día que me amé a mí misma
Etapa 3: Hacer una nueva amiga: YO
¿Se han puesto a pensar que pasamos demasiado tiempo mirando hacia afuera? Atentos a las apariencias, a las opiniones de otros, escuchando, observando y analizando las actitudes de los demás.
Todas las mañanas antes de salir de tu casa, probablemente te miras al espejo para valorar tu aspecto, de hecho, seguramente te observas cada vez que te encuentras frente a uno.
Cuando percibes “algo diferente” en tus amigos, pareja o familia les preguntas: ¿Qué te sucede? ¿Qué piensas? ¿Qué sientes?. Los observas e intentas comprender qué pasa por sus mentes. Sin embargo, pocas veces te detienes a observar tus pensamientos.
Cuando estás enojada, triste, o feliz, simplemente lo estás, no te otorgas ese momento para observar lo que pasa adentro tuyo, para comprenderte, para escucharte, para entenderte y finalmente conocerte. No te permites ese momentito a solas contigo misma. Debemos desviar la atención un momento de todo eso que sucede a nuestro alrededor y mirar hacia adentro, observar nuestros pensamientos, permitirnos sentir con cada poro de nuestro cuerpo y apreciar lo que nos pasa.
Hoy quisiera invitarlas a conocer a alguien, a hacer una nueva amiga, a tomar un café con tu propio YO, piénsalo ¿Qué puede ser más agradable que una charla contigo misma?
Cuando empecé a meditar, empecé a conectar con mi propia esencia, con ese ser puro, ese que nunca cambia, que me acompaña siempre, ese ser grande, amoroso, perfecto que todos llevamos dentro, “un pequeño maestrito”, que está dispuesto a ayudarnos si lo dejamos entrar a nuestras vidas.
Él me mostró una realidad diferente, una verdad que me costó mucho asumir, pero que hoy me hace una persona más feliz, más grande, más plena. Me llevó a entender que todos esos años sintiéndome sola, abandonada, poco querida y desvalorada no eran más que un reflejo de mi propia actitud, que ese complejo de “patito feo”, esos miedos, esas inseguridades, esa falta de confianza que clausuraban mi corazón y me alejaban del amor, de mis amigos, y de mi familia no eran externas a mí, no eran culpa de nadie, no eran reales, sino simplemente una consecuencia de mi falta de amor por mi misma. Aceptar que no te quieres es difícil, podemos entender que no seamos importantes para alguien más pero, ¿cómo asimilar que tú no eres importante para ti, que no te amas?
Y así fue que encontré mi hueco, la razón de ese vacío, la válvula de todos mis dolores, y decidí que ese día tendría una nueva mejor amiga: esa que llevaba mi nombre. Poco a poco, empecé a escucharme, a observar mis pensamientos, mis reacciones, mis sentimientos, a velar por mis sueños, a trabajar en mis pasiones y a conocerme tan profundamente que al final me amé con tanta fuerza que ese amor se expandió hacia todo lo que me rodeaba. Ya no era una mujer, una estudiante, una trabajadora, una hija, una amiga: era simplemente amor.
Desde ese momento, cada vez que medito alcanzo una paz inimaginable, inmensa, infinita, río en ese baño de felicidad, tanto que mis lágrimas brotan para adhersirse a esos ríos de alegría y me abraza una sensación de cariño tan fuerte, pura e incondicional que me siento invencible y comprendo que todo es perfecto: yo, ustedes, el universo. Nuestra mente es tan poderosa, somos seres tan especiales, únicos, perfectos, que si tan solo comprendiéramos que el poder de ser felices está en nosotros, que ya todo lo sabemos, porque llevamos un maestro dentro, porque somos uno, porque somos parte de este universo, porque somos mágicos, alcanzaríamos nuestros sueños más locos, desaparecerían los límites.
Una vez que superé todas esas barreras, me sentí parte del universo, me conecté con mi propia esencia, me amé y expandí ese amor hacia cada ser de este universo. Mi vida cambió, y sigue cambiando...
¡Quiero compartir mi camino contigo! No te pierdas de leer los capítulos anteriores.