¿La vida adulta nos impide ser realmente libres?

No me acuerdo exactamente cuándo aprendí a andar en bicicleta, tampoco quién me enseñó. Lo que sí recuerdo es la libertad que experimentaba cuando cada verano; pasaba horas recorriendo el rancho de mi abuelo montada en mi bicicleta verde menta y en la que para frenar era necesario hacer los pies hacia atrás como si fueras en reversa.

El aire volaba mi pelo, haciéndome sentir que toda yo se elevaba, viajaba. Esa sensación única del aire haciendo volar mi cabello, me hacía sentir que todo mi ser volaba, que viajaba: de alguna forma, eso era recorrer el mundo sin importar las fronteras, iba lo más rápido que me daban las piernas, sin preocuparme por una roca en el camino que me hiciera tropezar y por supuesto caer.

Sin importar si, al caer la tarde, el aire frío congelaba los músculos de mi rostro o si al día siguiente todo el cuerpo me dolería por las horas que pasé “viajando”.

Hoy, me cuesta trabajo pensar en algo que me remita a esa sensación. Hace años que no me subo a una bicicleta y me siento libre, solo por avanzar, sin cuestionar nada.

¿En qué momento perdemos la libertad? ¿La mudamos como las víboras a la piel al crecer?, ¿La vamos dejando detrás de nosotros?

Quizá son los miedos, las dudas, las posibilidades infinitas, la mente dando mil vueltas o un futuro incierto los que nos anclan y nos impiden volar, quizá solo somos nosotros en la edad adulta.

Esta es la reflexión que Ana, de México, nos compartió en  iMujer. ¡Tú también puedes enviarnos la tuya! Porque toda mujer tiene alguna experiencia para contar y compartir con otras mujeres, este es tu lugar para expresarte:  comparte tus experiencias con nosotras en iMujer.