La autora Ursula K. Le Guin no estuvo muy contenta con la actitud de J.K. Rowling ante los elogios a Harry Potter
En 1997 J.K. Rowling publicó Harry Potter y la piedra filosofal, el primer libro de la saga que, desde entonces, no haría más que crecer en popularidad hasta convertirse en un verdadero fenómeno mundial, ampliado luego con su todavía más masivas adaptaciones al cine.
Fue el debut de Rowling como escritora profesional, tras una serie de rechazos y desafortunadas circunstancias personales que, a la luz del éxito posterior, se han vuelto bastante conocidas por su trasfondo inspirador de perseverancia y triunfo.
El libro, como todos sabemos ahora, es excepcional y, además de un éxito comercial, fue inmediatamente aclamado por la crítica, aunque su recepción, y posteriormente la de toda la saga, estuvo un poco moldeada por esa suerte de rebaja artística que representan en algunos círculos los términos «infantil», «juvenil» y «de fantasía» adosados al más sacro y respetable «literatura». No es poco frecuente que una obra en principio orientada a un público objetivo específico, como jóvenes, niños o adolescentes, o que se ciñe a un género “menor” como el de la fantasía, el horror o la ciencia ficción, y peor si incurre en el pecado de la popularidad, tenga que esperar unos cuantos años para recibir cierta validación oficial y canónica, cuando ya se ha probado su influencia y su impacto cultural.
Así que 10 años más tarde, cuando ya existían cinco películas de Harry Potter y se había publicado la última novela de Rowling, el fenómeno Harry Potter era tan grande e ineludible que su valoración y las consideraciones sobre su legado eran muy entusiastas y elogiosas.
Tal vez incluso excesivas. Algo así interpretó la autora Ursula K. Le Guin, aclamada escritora de libros de fantasía y ciencia ficción, y precursora de J.K. Rowling.
Una vieja idea
30 años antes de la publicación del primer libro de Harry Potter, Le Guin escribió la novela Un mago de Terramar, su título más famoso y un verdadero clásico de la literatura fantástica, que ha sido comparado con El señor de los anillos y El mago de Oz.
Publicada en 1968, y ganadora del Premio Nébula y el Premio Hugo, la novela narra la historia de un joven mago llamado Gavilán.
Cuando salió Harry Potter, no pocos notaron las similitudes entre la premisa de la historia de J.K. Rowling y el famoso libro de Ursula Le Guin, especialmente por el concepto de la “escuela de magos”, y también que su joven y talentoso protagonista tiene un archienemigo con el que mantiene una estrecha conexión. En la novela Un mago de Terramar, además, su protagonista es herido por su enemigo, dejándole una cicatriz que le duele cada vez que su enemigo está cerca, del mismo modo que la cicatriz que Voldemort le dejó a Harry.
Pero hubo otros que no solamente no notaron la similitud entre ambas obras, sino que terminaron por acreditarle a J.K. Rowling una originalidad que no es tal.
En una nota titulada “Arte, información, robo y confusión”, Ursula K. Le Guin comienza hablando sobre plagio y robos literarios, para diferenciarlos luego de la innegable influencia que unos escritores ejercen sobre otros, y cómo esa influencia se puede aprovechar para crear algo esencialmente nuevo y personal.
Menciona su libro La rueda celeste (1971), el que ella mismo definió como «un homenaje a Philip K. Dick».
Tomar prestadas ideas, técnicas o estilos de otros artistas y convertirlas en algo propio no solamente no es copiar, sino que es señal de un arte saludable, según Le Guin.
Pero hay también una diferencia que marca Le Guin: no es lo mismo ser influenciado por la obra de otro autor y reconocerlo, que ser influenciado y no reconocerlo.
Aquí ingresa J.K. Rowling, quien, de acuerdo a Le Guin, no hizo nada por reconocer sus influencias. Influencias que, obviamente, hubiesen incluido a Le Guin.
Le Guin ya se había referido a esta situación en otra oportunidad, en 2005:
Al mismo tiempo, Le Guin ha reconocido a Rowling su mérito por haber vuelto a la popularidad el género fantástico.
Resulta entendible el malestar de Le Guin al leer críticas que le adjudicaron a Rowling la invención de un concepto que ella utilizó tres décadas antes, pero aunque la autora de Harry Potter no ha mencionado su obra, sí ha enumerado varios otros libros y escritores que la influenciaron a la hora de crear y escribir su célebre saga.
Según una nota de The Guardian de 2008, Rowling reconoce incluso la influencia de T.H. White, el autor al que Le Guin acredita la invención del concepto de “escuela de magos”.
Para Rowling, el protagonista de la novela La espada en la piedra (1938) de White, es «el antepasado espiritual de Harry Potter».
Otras influencias literarias que directamente ha citado J.K. Rowling, son las de La Ilíada, Macbeth, Emma de Jane Austen y Las crónicas de Narnia; aunque, eso sí, ninguna obra ni escritor contemporáneo.
«Nadie quiere deber nada a sus contemporáneos» dijo Borges, en un cuento cuyo narrador-escritor también habla de «liberarse de una influencia opresora». Tal vez esto le haya sucedido a Rowling.