Zodiac, el thriller de misterio de David Fincher basado en la historia real del asesino del zodiaco, un criminal que aterrorizó a la ciudad de San Francisco durante los 60 y 70, cumplió 10 años hace unos días.
Esto, sumado a otra noticia que circuló recientemente, sobre la nueva serie de televisión realizada por Fincher, Mindhunter, que parece tener sus similitudes con aquella aclamada película o al menos compartir la temática de asesinos seriales, ha hecho que Zodiac vuelva a ser comentada, discutida y elogiada por críticos y cinéfilos en los últimos días.
Tal vez el más notorio de los fans de la película que volvió a destacar su enorme legado y a valorar sus logros artísticos y cinematográficos en estos días, fue Guillermo del Toro, quien dedicó una seguidilla de tweets para explicar por qué Zodiac es una de las grandes obras maestras del cine contemporáneo.
Toda gran película funciona en diferentes niveles. Algunos son evidentes: la dramaturgia (la escritura, el argumento, los personajes, la estructura), la composición de imágenes y sonido como herramientas narrativas (la mezcla, el equilibrio de la banda sonora y el diseño - la fotografía, el vestuario y la ambientación), la escenificación, la edición y las actuaciones (el gran ballet de emociones y motivaciones, el movimiento de cámara y el ritmo - percusivo o melódico). Sin embargo... Las películas verdaderamente geniales tienen raíces más profundas. En el caso de Zodiac, todos los elementos formales se convierten en un todo cuasi hipnótico que te traslada sutilmente a otro mundo, que toma lo que es real y lo convierte en simbólico. Te lleva a un estado casi de trance en el que todo opera en un nivel más profundo: TODAS las acciones en la pantalla adquieren la misma importancia. Esto es algo realmente difícil de lograr. Lo que quiero decir es: miras una escena que transcurre en una cena o una con una tensa exploración de un sótano con la misma atención embelesada. Por su tono, la película es “de una sola pieza”. Es una unidad de espacio cinematográfico y realidad. Trasciende todos sus elementos individuales y entonces estos se vuelven irrompibles. Solo unas pocas películas existen en este estrato exclusivo. De las más recientes, me viene a la memoria No Country for Old Men. Estas películas (para utilizar una metáfora trillada) son icebergs. Sus logros técnicos y narrativos son cuantificables pero la mayoría de sus verdaderos méritos permanecen sumergidos y tienen una conexión espiritual con la raíz misma de quién es el realizador. En otras palabras, están sostenidas por la fe inquebrantable del director. Siendo aproximadamente de la misma generación que Fincher, debo decir que los asesinatos del zodíaco no eran simplemente noticias. De algún modo estos cristalizaron el punto débil de toda una era. Y lo mismo hizo esta película magistral.
Es interesante cómo al hablar con tanta pasión y iración sobre el trabajo de uno de sus colegas, Guillermo del Toro también está evidenciando, además de su consabida cinefilia, una visión y una filosofía propias a la hora de hacer cine, que explica también cómo ha llegado a convertirse en un director igual de renombrado y popular que David Fincher.