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Game Of Thrones

Game of Thrones extraña a George R.R. Martin y se nota... pero ¿es esto tan importante?

Publicado 22 Abr 2019 – 01:54 PM EDT | Actualizado 22 Abr 2019 – 01:54 PM EDT
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El último libro de la saga Canción de hielo y fuego publicado hasta ahora, Danza de dragones (2011), fue adaptado en la temporada 5 de Game of Thrones.

Es el libro en el que Jon Snow es apuñalado por sus compañeros de la Guardia de la Noche.

La resolución de ese momento crucial, lo que vino después, es exclusivo de la serie, porque la continuación de la saga de novelas, como se sabe, ha sido eternamente postergada por George R.R. Martin.

Aunque algunos tramos de Danza de dragones llegaron a ser adaptados en la temporada 6 de Game of Thrones, esta temporada fue la primera en la que la serie comenzó a edificar una trama exclusivamente propia, sin libros de respaldo, sin historia escrita en la que apoyarse.

La sexta temporada es una de mis favoritas de toda la serie.

La inercia que traía desde antes, el contraste con una temporada 5 bastante floja (hasta sus últimos tres capítulos), y la acumulación de grandes eventos que marcarían el comienzo del final de toda la historia, la hicieron memorable, a pesar de ya no tener a George R.R. Martin y sus libros como guía.

El escritor había estado muy vinculado a la producción de la serie en las primeras cuatro temporadas, en las que escribió un episodio entero en cada una. Pero precisamente por las exigencias y el tiempo que le insumía trabajar en su próxima novela, la anunciadísima y todavía pendiente Vientos de invierno, se alejó a partir de la quinta temporada. En la 6 su alejamiento todavía se disimuló, pero después ya no.

Los problemas de la temporada 7

Todo esto se hizo demasiado evidente en la temporada 7 de Game of Thrones, la primera que, por motivos de presupuesto, redujo la cantidad de episodios, lo que definitivamente afectó.

En ella aparecieron atajos notorios en el guion y un ritmo apresurado y urgente que rompió con la que era una de las marcas más distintivas de la serie: su cuidadosa elaboración y construcción de la historia.

Habitualmente, los «acontecimientos importantes» de la trama solían ocurrir como consecuencia casi inevitable, o por lo menos lógica, de un minucioso desarrollo de relaciones entre personajes o la inserción de uno de ellos en un contexto o escenario nuevo, producto de un trayecto que no ignoraba la geografía del mundo en que transcurre la historia (si se trataba de un viaje físico) ni la geografía psicológica de ese personaje (si se trataba de un cambio de circunstancias para él).

Ahora los «acontecimientos importantes» parecían ocurrir porque sí, por la exigencia de avanzar la trama.

Eso implicó otro cambio ya no de ritmo, sino de tono: ahora la serie parecía muchas veces dedicada al puro fan service.

El famoso lema de «muestra, no lo digas» ( Show, don’t tell) se traicionó.

Daenerys y sus dragones llegan al rescate de nuestros héroes en el momento justo. Más tarde, también  Benjen Stark llega al rescate de Jon, saliendo de ninguna parte, literalmente.

Jon y Dany se enamoran y tenemos que confiar en que esto ocurrió, porque no lo vemos surgir y suceder, no es un desenlace lógico de una serie de circunstancias, sino una necesidad de la historia.

La mejoría de la temporada 8

Los dos episodios de la octava temporada hasta ahora parecen haber solucionado uno de estos problemas: el del ritmo narrativo.

Que hayan sido dos episodios esencialmente de reencuentros, casi íntimos y contenidos esencialmente en una locación (Winterfell), ayudó.

Son episodios que se toman su tiempo para construir el épico desenlace que se viene. La calma antes de la tormenta.

Los personajes cierran cuentas pendientes entre ellos, completan sus arcos. En particular el segundo, «A Knight of the Seven Kingdoms», se siente casi como una despedida para muchos de ellos.

Sin embargo, la ausencia de George R.R. Martin es tal vez más evidente que nunca.

Game of Thrones parece haber perdido el tono que la hacía una serie especial, única.

Los diálogos, la trama y la estructura se asemejan a los de cualquier drama televisivo, siguen una fórmula.

Difícilmente George R.R. Martin habría escrito líneas como «mantén caliente a tu reina». Difícilmente hubiera escrito escenas que, en el momento crítico de un intercambio entre dos personajes, es interrumpida por un tercero que viene con un anuncio importante.

Incluso el humor parece fuera de lugar. La escena en la que todos se reúnen en torno al fuego tiene un tono de sitcom, exagerado y algo absurdo.

Pero a pesar de esto, no se puede negar: ese fue un momento entrañable y enormemente disfrutable.

Lo que sugiere una conclusión final: ¿es realmente importante que se note la ausencia de George R.R. Martin, sus diálogos perfectos y su minuciosa construcción narrativa?

Probablemente no.

Game of Thrones y sus showrunners, los muy talentosos David Benioff y D.B. Weiss, evidentes fans de la saga original que han recreado fiel y genuinamente ese universo, cuentan con la ventaja de tener en su haber siete temporadas de una serie que tiene en su ADN todas las virtudes que transmitió su autor.

Que se hayan perdido los aspectos más sofisticados y especiales de la serie no afecta a otros elementos ya arraigados en su interior y su diseño, en todo lo que disfrutamos de ella, que reside en los personajes y en el vínculo que como espectadores creamos con ellos en ocho años.

La temporada 8 de Game of Thrones, los primeros dos capítulos, incluyen algunos de los momentos más emocionantes y significativos de la serie.

¿Cómo no sentir el impacto de que Jon se entere de su verdadero linaje? ¿Cómo no experimentar casi en carne propia la tensión entre Sansa y Dany? ¿Cómo no apreciar el dolor de Jaime Lannister al percibir la distancia que se ha generado entre él y Cersei? ¿Cómo no emocionarse con el reencuentro de Arya y Jon? ¿Con Sandor diciéndole a Arya que la última vez que peleó por alguien que no era él mismo fue por ella? ¿Con la coronación como caballero de Brienne de Tarth? ¿Cómo no querer a Tormund y su historia con gigantes?

Y todavía falta lo mejor, es decir lo peor ( épicas batallas, muerte y destrucción).

El profundo impacto de estos episodios finales de Game of Thrones está asegurado y será duradero, a diferencia del fan service y los diálogos flojos, que quedarán como una simple nota al pie, como una espada abandonada y perdida en la nieve tras la batalla.

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